Con el deseo de seguir ahondando en nuestro camino de hermanas en esta etapa del juniorado, del 8 al 10 de agosto nos encontramos en Navalonguilla (Ávila). Bajo el sugerente título “Amores y desamores de la vida consagrada”, dedicamos el fin de semana a reconocer, compartir y rezar lo que sostiene nuestra vocación y, al mismo tiempo, lo que a veces la debilita.
Guiadas por este hilo conductor, dedicamos tiempos de reflexión y oración para mirar con sinceridad nuestra propia experiencia, lo que enciende nuestra pasión por el Señor y por su Reino, y también aquello que nos genera cansancio, dudas o desencanto. Fue un itinerario de luz y verdad, en el que resonaron las palabras de maestras, como Joaquina de Vedruna, y testigos de la vida consagrada que nos ayudan a situarnos con realismo y esperanza.
La oración compartida fue un pilar fundamental. Con símbolos sencillos y gestos comunitarios, fuimos colocando delante de Dios lo que somos y vivimos, agradeciendo los amores que nos sostienen y entregando los desamores que necesitan ser sanados. En un ambiente de fraternidad sincera, los ratos de diálogo y escucha sororal nos hicieron sentir que no caminamos solas, sino llamadas a sostenernos mutuamente en la aventura de seguir a Jesús.
No faltaron los espacios de ocio y descanso en medio de la naturaleza de la sierra de Ávila, que nos regalaron frescura y alegría. Compartir la vida cotidiana —las comidas, las risas, las conversaciones sencillas— se convirtió también en lugar de encuentro con el Señor y de construcción de comunidad.
Regresamos de este encuentro agradecidas por lo vivido, con mayor conciencia de que nuestra vocación es un camino en el que se entretejen luces y sombras, certezas y preguntas. Pero, sobre todo, renovamos la convicción de que el amor primero de Jesús es más fuerte que nuestras fragilidades y que vale la pena seguir apostando por Él, quien nos impulsa a trabajar por su Reino.
Rita Aragón, ccv