Llevo varios días queriendo escribir algo sobre los 20 cadáveres aparecidos en dos cayucos, a 80 millas de las costas canarias, el 21de agosto, y las palabras no llegaban.
Leo hoy la reacción indignada de Santiago Agrelo ante un nuevo fallecido en la valla de Melilla y ante otros en Marruecos, la semana pasada. Dice así: «Los muertos somos nosotros: se nos ha ausentado el alma».
Sus palabras despiertan las mías.
Sí, se nos ausenta el alma ante noticias como estas que pasan rápido, vuelan, anodinamente, sin dejar huella: hallados 20 muertos en dos cayucos. Un trasbordador las remolcó hasta la costa.
¿Podemos imaginar el horror que allí se vivió? ¿Cómo fue siendo el espanto de quienes veían morir, uno a uno, a los compañeros de «aventura»? ¿Cómo fueron sus últimos instantes de vida: lágrimas, suspiros, estertores, silencios, aullidos, quejumbrosos «mamá», «Dios mío», «In sha ala», «por qué? ¿Qué imágenes pasaron por sus mentes cuando aún el soplo de vida les acompañaba? ¿Hacia quién voló el último recuerdo? ¿Qué nombres pronunciaron sus labios? ¿Qué rincones de la tierra evocaron: un pozo, un camino, una casa, una escuela… un cayuco y miles de euros desembolsados para pagar el frustrado «sueño de la esperanza»?
Hallados 20 muertos en dos cayucos; ni nombro los cientos de ahogados en el mar desde que la antigua ruta hacia Canarias se haya abierto de nuevo, mientras se cerraba la también mortífera ruta del desierto y de las travesías por Argelia y Marruecos.
Se nos ausenta el alma cuando, como sociedad, no hay berrinche, no hay denuncia, no hay escándalo, no hay propuestas, no hay desazonado dolor, no hay recuerdo que vuele hasta las tierras de África en memoria hacia quienes allí recibirán la terrible noticia y en memoria de todos los expolios a los que se sigue sometiendo ese continente.
Se nos ausenta el alma si noticias como estas pasan y no dejan huella. Por eso, en un intento simbólico de presencia de alma, de gesto dolorido, os propongo escuchar de nuevo la estremecedora y bella canción de Pedro Sosa. Su voz desgarrada, en «El sueño de la esperanza», me sabe hoy a homenaje a los 20 muertos en el cayuco, sin nombre.
Teo Corral