Hasta el Concilio Vaticano II, los procesos de beatificación requerían dos milagros, y no uno como ahora, a los que se añadían otros dos milagros para su canonización. Este es el motivo por el que la Iglesia reconoce cuatro milagros atribuidos a la intercesión de Joaquina.
Un proceso con cuatro papas
Pero vayamos por partes. Tras su muerte en 1854, con fama de santidad, el cuerpo de la fundadora es trasladado a la antigua iglesia de Santa Eulalia, y después, en 1898, a la capilla de San Rafael, donde permaneció hasta su traslado en 1923 al pasillo central de la iglesia de la Casa Madre. Desde el primer momento, muchas personas se encomendaron con toda naturalidad a su intercesión, pero el proceso no se abre oficialmente hasta 1899, y no a instancias de la congregación, sino del entonces obispo de Vic, José Torras i Bages. Fue él quien “impactado por la figura de la madre Joaquina (…) exhortó a la superiora general, madre Margarita Arolas y, aún diríamos, la obligó, a solicitar la causa de beatificación, puesto que tal tesoro de virtud debería ser patente a la admiración e imitación de las hijas del instituto y de todos los fieles”, escribe Mª Teresa Llac en su libro “Joaquina de Vedruna. Cuatro vidas en una” (Editorial Claret, 2021).
Culminada la fase diocesana, el proceso involucraría en Roma a cuatro papas. Benedicto XV introduce la causa en 1920, firmándola con su nombre de pila, Giacomo della Chiesa.
La declaración de Venerable (reconocimiento de las virtudes heroicas) se produce en 1936, en una solemne ceremonia presidida por Pío XI en la fiesta de la Santísima Trinidad.
Su sucesor, Pío XII, fija la beatificación en la misma fiesta de la Trinidad de 1940, el 19 de mayo. Y el mismo Papa Pacelli fija para la canonización el 23 de octubre de 1958, pero su fallecimiento, pocas semanas antes, hacen que el testigo pase a Juan XXIII, quien finalmente la canoniza el 12 de abril de 1959, domingo del Buen Pastor, junto al beato franciscano Carlos de Sezze. “Fue espectacular el traslado desde España” para la Misa de canonización, escribe Mª Teresa Llac, habida cuenta de que, al celebrarse la beatificación en plena II Guerra Mundial, la asistencia forzosamente hubo de ser modesta.
Tras la canonización, los restos de Joaquina son nuevamente trasladados a una capilla de la Casa Madre, para, casi 25 años después, volver nuevamente al Mano Escorial. “Alguien comentó que ni muerta la dejaron en tranquilad (o dejaron tranquila)”, escribe Mª Teresa Llac. “Sus reliquias han conocido siete ubicaciones diferentes”.
Los cuatro milagros de la santa
Hasta la reforma introducida por Pablo VI, se requerían dos milagros para la beatificación, salvo en casos de martirio. Las dos curaciones inexplicables aprobadas revisten una gran carga simbólica, ya que involucran ambos a madres preocupadas por sus hijos.
El primer caso es el de la curación en 1921 de una joven de Úbeda, antigua alumna Vedruna, que había perdido accidentalmente un ojo. Su madre, devota de la Fundadora, puso una reliquia de la Madre entre el vendaje y pidió oraciones a las hermanas. A los pocos días, el ojo apareció reconstruido.
Cuatro años después, se produce el segundo milagro, la también inexplicable curación de José Palazón, padre de familia y suboficial de caballería en Villafranca del Penedés. Moribundo de tuberculosis (la misma enfermedad que se llevó a Teodoro de Mas, dejando viuda a Joaquina), la madre del militar acudió desde Cartagena para despedirse. Compadecida, una joven sordomuda que trabajaba en una casa vecina como sirvienta, y que había podido estudiar gracias a las hermanas de la Caridad Vedruna, pidió una estampa de la beata Joaquina y promovió una novena. No había terminado esta cuando el hombre se sintió repentina y completamente curado. El milagro quedó avalado por las radiografías que mostraban unos órganos antes totalmente destruidos y ahora inexplicablemente reconstruidos.
Las dos curaciones aprobadas para la canonización resultaron no menos simbólicas, al tener ambas como beneficiarias a dos niñas de corta edad. El primer caso se produjo en Puerto Real (Cádiz), con una pequeña huérfana de madre, que sanó súbita y completamente en la que los médicos pensaban que sería su noche de agonía.
El segundo caso fue la sanación repentina de una niña de dos años, María Asumpta Jori Gisbert, en 1949 en Barcelona. La pequeña había sido desahuciada por una afección bronco-pulmonar incurable, motivo por el cual sus padres habían decido ahorrarle el sufrimiento de una operación quirúrgica de utilidad dudosa, y se encomendaron a la beata, mientras remaba con sus oraciones en el mismo sentido la Comunidad de Sabadell, donde la niña tenía una tía religiosa.
A la espectacularidad del caso, se sumó la impresión por la fe con la que la madre de María Asumpta se encomendó a la Fundadora, completamente convencida de que contaría con el favor de su intercesión.
Las niñas y sus familias viajarían a Roma para la ceremonia de canonización, presidida por Juan XXIII, cuarto papa en señalar públicamente a Joaquina como modelo de santidad para personas de todo tipo y condición.