“Todo empieza por el asombro”. Así arrancaba en el último Encuentro Galilea la ponencia de José Eizaguirre, referente en espiritualidad ecológica gracias a iniciativas como Biotropía, el grupo Cristianismo y Ecología o el centro comunitario Tierra Habitada. Junto a él, participaron en la jornada Sisita Fiol y cofundador del Foro Espiritual de Estella, Koldo Aldai. Este es el texto de la intervención de la jornada, dedica al tema «cultivar el asombro»:
- Todo empieza por el asombro
Todo empieza por el asombro. Vivimos en medio de un milagro. Desde los primeros minutos de cada día podemos experimentar lo que supone estar vivos: abrir los ojos y ver, estirar el oído y oír, ensanchar los pulmones y respirar… Abrir el grifo y que salga agua (¡y caliente!), abrir el armario y encontrar ropa, abrir la nevera y que haya alimentos, abrir el gas y cocinar… En la primera media hora de cada día ya hemos experimentado suficientes maravillas como para vivir pasmados el resto del día.
Hagamos un sencillo ejercicio de respiración consciente (nos pasamos todo el día respirando y normalmente no somos conscientes de ello): con cada bocanada de aire mi cuerpo se llena de vida… Las palabras respirar, inspirar, espirar, proceden de la raíz latina spirare, de la que también procede spiritus. ¡Respirar es un acto espiritual!
El versículo final del último salmo del salterio exclama: “Todo ser que alienta, alabe al Señor” (Salmo 150, 6). Todo ser que respira, alabe al Señor. El aire nos conecta con todo ser que respira. El mismo aire nos da la vida a todos los seres que respiramos…
«¿Cómo sé –preguntó el discípulo al maestro– cuándo estoy en la consciencia y cuándo en la inconsciencia?». «Es fácil –respondió el maestro–; cuando no estás absolutamente maravillado de existir, estás en la inconsciencia».
Estar absolutamente maravillados de existir, estar asombrados de estar vivos, junto a otros seres vivos. Y esto nos lleva a «reverenciar la vida» (de lo que hablará Koldo Aldai esta tarde), una expresión que menciona Francisco en Laudato si’ citando la Carta de la Tierra y que procede de Albert Schweitzer: «Soy un ser vivo que quiere vivir junto a otros seres vivos que quieren y merecen vivir».
Todo empieza por el asombro, por este sentimiento de ser vida junto a otras vidas, en hermandad, de sentirse hermano/hermana de todo y de todos. El mundo es una asombrosa trama de relaciones porque el Creador es una amorosa trama de relaciones (Cf LS 240). Qué suerte tenemos los cristianos que creemos en un Dios que es relación amorosa y creadora. Cuando los científicos nos revelan que en el universo –desde el nivel astronómico al subatómico pasando por el biológico– todo está conectado, que la esencia de la materia consiste en ser energía vibrante en relación, los cristianos podemos decir:«¡Claro!» No nos extraña. “El mundo es una asombrosa trama de relaciones porque el Creador es una amorosa trama de relaciones”.
Cuando Puy me llamó para que participara hoy aquí me pidió que “hablara desde dentro”. Y aunque eso es lo que intento hacer, hay una cita de Laudato si’ que prefiero leer porque ¡es tan bonito lo que dice!:
Para él [Francisco de Asís] cualquier criatura era una hermana, unida a él con lazos de cariño. Por eso se sentía llamado a cuidar todo lo que existe. Su discípulo san Buenaventura decía de él que, «lleno de la mayor ternura al considerar el origen común de todas las cosas, daba a todas las criaturas, por más despreciables que parecieran, el dulce nombre de hermanas». Esta convicción no puede ser despreciada como un romanticismo irracional, porque tiene consecuencias en las opciones que determinan nuestro comportamiento. Si nos acercamos a la naturaleza y al ambiente sin esta apertura al estupor y a la maravilla, si ya no hablamos el lenguaje de la fraternidad y de la belleza en nuestra relación con el mundo, nuestras actitudes serán las del dominador, del consumidor o del mero explotador de recursos, incapaz de poner un límite a sus intereses inmediatos. En cambio, si nos sentimos íntimamente unidos a todo lo que existe, la sobriedad y el cuidado brotarán de modo espontáneo. La pobreza y la austeridad de san Francisco no eran un ascetismo meramente exterior, sino algo más radical: una renuncia a convertir la realidad en mero objeto de uso y de dominio. (LS 11)
Llamar a todas las criaturas, por más despreciables que parezcan, el dulce nombre de hermanas no es una licencia poética, no es un romanticismo irracional sino que tiene consecuencias en las opciones que determinan nuestro comportamiento.
“Todo está conectado, y eso nos invita a madurar una espiritualidad de la solidaridad global que brota del misterio de la Trinidad” (LS 240). Creer y confiar en un Dios creador que es, en esencia, relación amorosa implica que las criaturas nos desarrollamos y crecemos en la medida en que salimos de nosotros mismos y entramos en relación.
Todo empieza por este sentimiento de ser vida junto a otras vidas, de sentirse hermano/hermana de todo y de todos. Por eso, si me siento hermano de todo ser humano, todo lo que le ocurra a ese ser humano me afectará porque ¡le está pasando a alguien de mi familia!
Es así. Cuanto más consciente soy de que la vida es una maravilla, más sensible soy a las situaciones en que la vida no puede ser maravillosa, por culpa de la injusticia, la maldad o la estupidez humanas. Porque lo cierto es que, aunque personalmente no lo suframos tanto como otras personas, estamos metidos en una buena crisis socioambiental (y económica), una crisis que, como siempre, sufren más los más débiles y vulnerables. Y aquí también podemos hablar de asombro preocupante ante tanta bajeza, insensatez y egoísmo…
Por eso, este sentimiento de hermandad con todo y con todos es lo que nos lleva, más allá de la reverencia, al respeto, al cuidado, a la compasión y a la responsabilidad. “Si nos sentimos íntimamente unidos a todo lo que existe, la sobriedad y el cuidado brotarán de modo espontáneo”. Cuando más consciente soy de que estoy íntimamente unido con todo y con todos, y más maravillado me siento ante esta realidad de conexión, más incapaz me siento de causar daño a nada ni a nadie.
Y esta convicción “tiene consecuencias en las opciones que determinan nuestro comportamiento”, como veremos en seguida. Pero antes nos preguntamos ¿cómo “cultivar el asombro”?
- Cultivar el asombro
Para empezar, ¿cómo podemos cultivar el sentido del asombro, “el estupor y la maravilla”, la apertura al misterio? A todos los que hemos vivido una infancia sin grandes traumas ni desgracias se nos ha dado esta capacidad. De niños vivíamos de forma natural el maravillarnos por todo lo que teníamos a nuestro alrededor. Podemos decir, medio en serio medio en broma, que los niños, antes de aprender a hablar, aprenden a «ladrar»: «¡Uau! ¡Uau!».
Los que hemos tenido la suerte de vivir una infancia sin calamidades traumáticas también aprendimos en su día ese lenguaje del asombro. ¿Somos capaces de recordar la primera vez que vimos llover, que miramos la inmensidad del mar, que escuchamos la música de un instrumento o, más simplemente aún, que fuimos descubriendo nuestro propio cuerpo? Todo empieza por el asombro y, sin embargo, hemos de reconocer que con el tiempo hemos perdido esa capacidad de experimentar la vida como un milagro cotidiano. Si no somos de ese afortunado grupo de personas que han mantenido de adultos de forma espontánea esa capacidad de asombro, ¿cómo podemos recuperarla?
En esto como en casi todo es necesaria una “determinada determinación” de la voluntad de querer vivirlo, una disposición a dar pasos en esta dirección. Pequeños pasos que pueden empezar por «nombrar«, cada vez con más frecuencia, los milagros que nos encontramos a cada paso. Nos despertamos por la mañana con el hábito de saludar y agradecer a la vida: «Buenos días, vida. Gracias por un día más de vida». Las tradiciones religiosas han dado forma a esta actitud en oraciones y jaculatorias, agradeciendo al Autor de la vida los dones que nos concede constantemente: «Buenos días, Señor. A ti el primero encuentra la mirada del corazón apenas nace el día», reza un sencillo himno cristiano. Seamos creyentes o no, el sentido es el mismo: acostumbrarnos a reconocer todo lo que recibimos sin mérito propio desde el primer instante de la jornada. Si logramos evitar la repetición rutinaria, poco a poco estas prácticas van calando en la conciencia y en la sensibilidad. Y viceversa: esta sensibilidad va haciendo que cada vez nos broten de forma más espontánea estas formas de reconocimiento de que todo es un milagro asombroso.
Y además de nombrar tanto milagro, tanto regalo como recibimos constantemente, hagamos como Francisco de Asís, que “lleno de la mayor ternura al considerar el origen común de todas las cosas, daba a todas las criaturas, por más despreciables que parecieran, el dulce nombre de hermanas”. Con esta misma actitud podemos nosotros dirigirnos a todas las criaturas, saludándolas con el nombre de hermanas.
– Vemos el agua en cualquiera de sus formas y decimos: «¡Hola, hermana agua; yo también soy agua!» ¡Ciertamente, pues tres cuartas partes de mi cuerpo son agua!
– Siento una fuente de calor y reconozco con maravilla: «¡Hola, hermano fuego; yo también soy fuego!» Soy calor, energía, latidos, flujos, movimiento… ¡Gracias!
– Toco con respeto cualquier objeto o realidad material: «¡Hola, hermana materia; yo también soy materia!» Soy hidrógeno, oxígeno, nitrógeno, carbono, hierro… Mi cuerpo está formado de los mismos materiales de los que están hechas la Tierra y las estrellas. ¡Soy polvo de estrellas!
– Observo una planta o un árbol y saludo en reverencia: «¡Hola, hermana vida yo también soy vida!». Yo también formo parte de esta preciosa sinfonía de la vida, de esta asombrosa biodiversidad que es la comunidad de la vida.
– Descubro un insecto ante mí y le saludo con sentimiento de hermandad: «¡Hola, hermano bicho yo también soy bicho!». Un poco más grande y complejo, pero también soy un ser vivo y me siento en hermandad maravillosa y maravillada con todos los seres vivos.
– Y, por supuesto: «¡Hola, hermano humano, hermana humana; yo también soy humano como tú!». Si me descubro hermanado con todos los seres vivos, ¡cuánto más con los que son como yo! Aunque piensen de forma distinta, hablen de forma distinta y tengan distintas costumbres. ¡Somos una única familia humana!
De esta manera, si empezamos esforzándonos por acostumbrarnos a «saludar» con sentimientos de hermandad a todo lo que nos rodea, poco a poco este hábito irá fortaleciendo nuestro sentido de conexión con todo y con todos, desde la más pequeña de las criaturas a todo el universo, pasando por nuestros hermanos humanos. Como leemos en la Carta de la Tierra: «El espíritu de solidaridad humana y de afinidad con toda la vida se fortalece cuando vivimos con reverencia ante el misterio del ser, con gratitud por el regalo de la vida y con humildad con respecto al lugar que ocupa el ser humano en la naturaleza». Reverencia, gratitud, humildad, actitudes espirituales que nos llevan al sentimiento de afinidad con toda la vida y de solidaridad con todos los seres humanos.
Una variante de este “saludar” es “bendecir” (Cf. El arte de bendecir, Pierre Pradervand). Ir por la vida bendiciendo a todo y a todos…
Otro ejemplo: el asombro y reverencia ante los alimentos que comemos… “El pan que partimos, ¿no es la comunión con el cuerpo de Cristo?” (1 Co 10, 16). Y la comida que comemos, ¿no es la comunión con el “cuerpo de Cristo” que es el mundo entero? Comemos vida, comemos seres que han estado vivos y que han dejado de estar vivos para que nosotros, al comerlos, sigamos estando vivos. Y al hacerlo participamos de la cadena de la vida que se transmite de unos seres vivos a otros. ¿No es asombroso? Por eso, si evitamos “bendecir la mesa” de modo rutinario, si hacemos un momento de silencio ante los alimentos que vamos a comer, podemos hacernos más conscientes de la maravilla asombrosa que es alimentarse.
¿Cómo más podemos cultivar el asombro? Sin duda, mediante el contacto con la naturaleza. Contacto con la naturaleza de día ¡y de noche! ¿Hace cuánto tiempo que no contemplamos una noche estrellada? ¿Hace cuánto que no me inclino a contemplar el suelo, una brizna de hierba, una flor, un insecto? Algunas personas vivimos en medio de la naturaleza; es una suerte (y el resultado de opciones tomadas a lo largo del tiempo). Otras viven en entornos urbanos. Especialmente a estas les viene bien salir periódicamente al campo o a un parque. La naturaleza es asombrosa y ¡tenemos tanto que aprender de ella!
También ayuda el conocimiento de la naturaleza que nos proporcionan la ciencia y los medios de divulgación científica: libros, revistas, documentales… ¡Los hay tan hermosos! No dejemos de acercarnos a la naturaleza también a través de estos medios documentales.
Ernesto Cardenal decía: «leo libros de ciencia para cultivar mi espiritualidad». Y una frase que cuando la leí me estremeció: “Hoy la ciencia acerca más a Dios que la religión”. ¡Tremendamente cuestionante!
También podemos cultivar el asombro ante tanta maravilla y belleza como tenemos a nuestro alrededor contribuyendo a sembrar hermosura. Espacios bellos, personas arregladas, celebraciones cuidadas, detalles bonitos… hacerlo todo, más allá de la dimensión práctica, con un toque de belleza (en esto las mujeres tenéis ventaja).
Y, por último pero no menos importante, para cultivar el asombro es fundamental cultivar el silencio y la contemplación: “Una ecología integral implica dedicar algo de tiempo para recuperar la serena armonía con la creación, para reflexionar acerca de nuestro estilo de vida y nuestros ideales, para contemplar al Creador, que vive entre nosotros y en lo que nos rodea” (LS 225).
Contemplar es distinto que observar… La mirada contemplativa es gratuita («Yo le miro y él me mira»), asombrada y reverencial. Se trata de una “atención amorosa”, “un movimiento que centra la atención en el otro «considerándolo como uno consigo»” (Sto. Tomás de Aquino, citado en FT 93).
Una contemplación que empieza por apartar pensamientos y centrar la atención en la propia percepción (¡qué demasiao, respiro!) pero que no se queda en las sensaciones corporales: los sentidos me traen noticia de lo que hay más allá de mi cuerpo, pero quedarme en la sensación que eso me produce es como quedarse mirando al dedo que apunta a la luna (“cuando el dedo apunta a la luna, el necio se queda mirando al dedo”). La contemplación busca ir más allá, en esa realidad que está más allá de mí mismo, que me envuelve, me alienta, me da la vida…
Cuando respiro conscientemente, empiezo centrando la atención en las sensaciones corporales que conlleva respirar, pero no me quedo ahí sino que mi atención se va desplazando y poniendo en el mismo aire, en el aire que me da la vida, en el aire que me conecta con todo ser que alienta, en el aire que me trae noticias del espíritu que todo lo alienta… He aquí la “atención amorosa”, ese “un movimiento que centra la atención en el otro «considerándolo como uno consigo»”.
Y todo esto, por supuesto, ¡es asombroso!
- Consecuencias en las opciones que determinan nuestro comportamiento (LS 11)
Todo está asombrosamente conectado, también nuestra forma de vivir y la forma de sobrevivir de tantas otras personas. Hace treinta y cinco años (1987) Juan Pablo II escribía: «Los responsables de la gestión pública, los ciudadanos de los países ricos, individualmente considerados, especialmente si son cristianos, tienen la obligación moral –según el correspondiente grado de responsabilidad– de tomar en consideración, en las decisiones personales y de gobierno, esta relación de universalidad, esta interdependencia que subsiste entre su forma de comportarse y la miseria y el subdesarrollo de tantos miles de hombres» (SRS 9). Y hoy añadimos a esta dimensión social la dimensión ecológica. Sabemos que nuestra forma de vida occidental está degradando la naturaleza hasta límites suicidas. Por no hablar de las criaturas no humanas que están sufriendo terriblemente para alimentar nuestra sed de consumo.
De nuevo, cuanto más consciente soy de que la vida es una maravilla, más sensible soy a las situaciones en que la vida no puede ser una maravilla por culpa de la necedad, la insensatez y el egoísmo humanos. En una cuestión de conciencia y sensibilidad, de la mística que nos anima:
No se trata de hablar tanto de ideas, sino sobre todo de las motivaciones que surgen de la espiritualidad para alimentar una pasión por el cuidado del mundo. Porque no será posible comprometerse en cosas grandes sólo con doctrinas sin una mística que nos anime, sin «unos móviles interiores que impulsan, motivan, alientan y dan sentido a la acción personal y comunitaria». Tenemos que reconocer que no siempre los cristianos hemos recogido y desarrollado las riquezas que Dios ha dado a la Iglesia, donde la espiritualidad no está desconectada del propio cuerpo ni de la naturaleza o de las realidades de este mundo, sino que se vive con ellas y en ellas, en comunión con todo lo que nos rodea. (LS 216)
Por eso necesitamos “una conversión ecológica, que implica dejar brotar todas las consecuencias de su encuentro con Jesucristo en las relaciones con el mundo que los rodea. Vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una existencia virtuosa, no consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia cristiana” (LS 217).
En la expresión «conversión ecológica», conversión es el sustantivo y ecológica, el adjetivo. Y ya sabemos lo que quiere decir «conversión»: un cambio del corazón, de la mente y del comportamiento. Y un cambio personal.
En absoluto se trata de un “mandamiento”. Se trata de un resorte interior, de esos móviles interiores que impulsan, motivan, alientan y dan sentido a la acción personal y comunitaria.
– Si de verdad me siento en conexión, en comunión con todos los seres humanos, me sentiré incapaz de causarles daño con mi forma de vida. ¿Nos damos cuenta de lo que esto significa?
– Si de verdad me siento en conexión, en comunión con todas las criaturas, me sentiré incapaz de causarles daño con mi forma de vida. ¿Nos damos cuenta de lo que esto significa?
– Si de verdad me siento en conexión, en comunión con nuestra hermana madre tierra, me sentiré incapaz de causarles daño con mi forma de vida. ¿Nos damos cuenta de lo que esto significa?
Porque lo cierto es que nuestra forma de vida occidental está sostenida sobre el dolor de otras personas, de otras criaturas y de la madre tierra. Esto es algo que cada vez sabemos más. ¿O no?
– El dolor de tantas personas que trabajan para nosotros en otros países, en condiciones muy duras e inseguras y con salarios indignos, elaborando nuestros productos de consumo.
– El dolor de todas las criaturas animales que maltratamos en las granjas de cría para obtener carne, leche y huevos “a precios competitivos”.
– El dolor de la hermana madre tierra, cada vez más degradada por todos los agroquímicos que se utilizan en la agricultura intensiva (estamos aumentando hoy la producción, sí, pero a costa de comprometer la producción para los que vengan después).
Y todo por un sistema económico ¡y cultural! que pone en el centro el provecho material antes que todo lo demás. He aquí el paradigma tecnocrático del que habla el papa en Laudato si’. Vamos por el mundo relacionándonos con todo de forma utilitarista, preguntándonos qué provecho podemos obtener de eso que tengo delante. Y si no puedo obtener provecho alguno, lo descarto. He aquí también la “cultura del descarte”.
Por eso, como dice Francisco, la conversión ecológica es también una conversión mental, cultural. Se trata de cambiar nuestra manera de pensar y, como dice Francisco, alentar una cultura del cuidado (LS 231). Poner culturalmente en el centro lo que más cuide la vida.
El papa Francisco, en una de las oraciones finales de la encíclica, invita a pedir a Dios: «Toca los corazones de los que buscan solo beneficios a costa de los pobres y de la tierra» (Oración por nuestra tierra LS 246). No creamos que esta manera de pensar y de comportarse se refiere a los políticos y grandes empresarios. Nosotros, los ciudadanos consumidores (incluidas las comunidades religiosas), también participamos de la misma mentalidad. Cuando, por ejemplo, pudiendo comprar un producto fabricado con criterios de justicia social y respeto al medioambiente, preferimos otro equivalente, que no ha respetado nada de eso, porque es más barato, ¿no estamos expresando que lo que preferimos, lo que buscamos, es nuestro beneficio económico antes que el bien ajeno? Cuando, pudiendo comprar de una manera más respetuosa con las personas y la naturaleza, compramos lo que nos resulta más cómodo, aunque sea menos respetuoso, ¿no estamos expresando que lo que nos importa, a lo que damos preferencia, es nuestra propia comodidad antes que el cuidado de la vida?
Es un cambio cultural. Se trata de dejar de pensar en lo que más me beneficia a mí, a nosotros, para pensar en el bien común, lo que más beneficie, no a mí y a mi comunidad, a nuestro bolsillo y nuestra comodidad, sino lo mejor para todos, sobre todo para los más necesitados.
Un ejemplo: cuando voy a comprarme un cepillo de dientes, no compro el que me conviene más a mí sino el que conviene más a todos. Y el cepillo de dientes que más conviene a todos es uno de madera y no de plástico. Es un ejemplo simple que se puede extender a todo: a la hora de ejercer un acto de consumo, pensar antes en el bien común que en mi/nuestra conveniencia. ¡Este es un cambio mental revolucionario, una «valiente revolución cultural»! (LS 114)
En la Vida Consagrada este cambio mental choca con un sólido obstáculo: el voto religioso de pobreza que hace que en las comunidades se tienda a comprar barato. Y no es solo un hábito práctico, con toda la dificultad que supone en la práctica cambiar de hábitos, es sobre todo un «principio fundante», resultado de unos valores: hemos hecho opción de vivir con pobreza y nuestro comprar barato responde a esta opción. Hemos hecho opción de vivir como los pobres y estos no pueden permitirse comprar esos productos que cuidan más pero que son más caros…
Ante esto, ¿qué decir? Que aunque suponga poner en cuestión lo que hasta ahora se ha considerado un valor y una virtud, hay que hacerlo. Hay que reinterpretar el voto de pobreza a la luz de lo que está pasando hoy. Y lo que está pasando hoy es que detrás de lo barato normalmente hay explotación de personas y degradación medioambiental. El voto de pobreza debe entenderse en clave de sensibilidad hacia el grito de los pobres y el grito de la Tierra (LS 49), junto con la conciencia de interdependencia entre nuestra forma de vivir y la forma de malvivir o sobrevivir de tantos hermanos y hermanas nuestras.
Hace tiempo que sabemos que nuestra manera de vivir tiene consecuencias en la manera de (sobre)vivir de otros. Que nuestro estilo de vida está causando mucho dolor y sufrimiento. Y que si de verdad nos dejamos afectar por ese dolor, entonces no podemos seguir viviendo como vivimos. No podemos seguir consumiendo, comprando productos y contratando servicios de la manera como lo hacemos. Algunos ejemplos:
– Cuando sabemos que detrás de tantos productos baratos hay explotación de personas y deterioro medioambiental, sencillamente, no podemos comprarlos. El dolor que nos producen, junto con la inteligencia creativa, nos llevan a buscar otras opciones (una vez superado el prejuicio de que el voto de pobreza nos lleva a comprar y contratar barato).
– Cuando sabemos que detrás de tantos alimentos hay explotación de animales y degradación de los suelos, sencillamente, no podemos comerlos (literalmente ¡se me revuelven las tripas!). Y buscamos otras maneras de alimentarnos que no causen tanto sufrimiento.
– Cuando sabemos, como dice Francisco, que «La tierra, nuestra casa, parece convertirse cada vez más en un inmenso depósito de porquería» (LS 21) y que los plásticos son uno de los principales responsables, intentamos evitarlos al máximo, comprando productos a granel, evitando comprar productos líquidos y rechazando todos los plásticos que nos ofrecen cada día.
– Cuando sabemos que las emisiones de CO2 son la principal causa del Cambio Climático, cada vez que nos movemos utilizando un medio de transporte motorizado, sentimos el dolor de la madre Tierra. Y procuramos movernos menos y en lo posible en transporte público. Y lo mismo para las calefacciones que funcionan con combustibles fósiles. Nuestro cuerpo estará caliente, pero nuestro corazón está sufriendo…
– Cuando sabemos que las grandes compañías eléctricas producen electricidad de forma contaminante, sabiendo que hay otras opciones de suministro, no tardamos en cambiar nuestra compañía eléctrica por otra más respetuosa con el medio ambiente.
– Cuando sabemos que los bancos financian a empresas que explotan a personas y degradan la tierra, y sabiendo que existe la llamada «banca ética», podemos decirnos: «¡Con nuestro dinero no!» El ponemos nuestro dinero en otros bancos que únicamente financian emprendimientos que repercuten en el bien común.
– …Y así podríamos seguir.
Y todo esto no como un imperativo ético sino como unos móviles interiores. «Si nos sentimos íntimamente unidos a todo lo que existe, la sobriedad y el cuidado brotarán de modo espontáneo» (LS 11). Como nos afecta el dolor del mundo, no podemos comprar dolor, vestir dolor, comer dolor… ¡Es que nos duele! Por eso procuramos, en todo lo que podemos, vivir de otra manera, de una manera que ponga en el centro la vida, sobre todo la vida de los pobres.
“Nos sentimos, nos duele, procuramos…” Estoy hablando en primera persona del plural. Y es que de estas cosas no se puede hablar en singular. Francisco es muy claro cuando dice en Laudato si’ (219): «No basta que cada uno sea mejor para resolver una situación tan compleja como la que afronta el mundo actual. (…) A problemas sociales se responde con redes comunitarias, no con la mera suma de bienes individuales. (…) La conversión ecológica que se requiere para crear un dinamismo de cambio duradero es también una conversión comunitaria«.
Necesitamos iniciar procesos comunitarios de conversión ecológica que nos lleven a una nueva manera de sentir, pensar y obrar. Este sentir, esta mística de hermanamiento universal (u otros nombres que le demos) de la que partíamos lleva íntimamente asociada no solo una mentalidad sino una práctica. Y esa práctica la aprendemos juntos.
En España (y muchos otros países) se está afianzando el Movimiento Laudato si’, que promueve grupos de conversión comunitaria… (en Francia lleva tiempo funcionando un programa parecido con el nombre de Église verte)…
Mi experiencia personal es que las charlas, los cursillos, los talleres, incluso los retiros normalmente no son suficientes para ponernos en marcha. Ganar en conciencia no es suficiente si no nos sirve para cambiar nuestra forma de vida. ¿Y cómo entonces dar pasos concretos? Iniciando procesos personales y comunitarios de conversión ecológica. El papa Francisco insiste en la importancia de iniciar procesos antes que ocupar espacios (EG 222-225, LS 178). generar procesos personales y comunitarios, aprovechando la experiencia de quien ya ha comenzado ese camino.
No podemos terminar sin mencionar el nivel estructural e institucional. Sin olvidar la necesidad de los procesos personales y comunitarios, hay que añadir la importancia de las decisiones institucionales.
El Dicasterio para el servicio del desarrollo humano integral, del Vaticano, ha lanzado un «Plan plurianual de la puesta en marcha de Laudato Si’«, invitando a asumir el compromiso público de comenzar un camino de siete años (2020-2027) hacia una total sostenibilidad en el espíritu de Laudato Si’. Esto significa que dentro de cinco o seis años todas las comunidades religiosas, las obras educativas, sociales y sanitarias, las parroquias, las familias católicas… han de ser «totalmente sostenibles en el espíritu de Laudato si’«. Ya sabemos que esto es tan imposible como «nacer de nuevo», pero ése es el horizonte.
Esto significa, por ejemplo, que en siete años habrán desaparecido todas (o casi todas) las calderas de gasóleo y gas de nuestras casas. La pregunta no es si estamos preparados para esta reconversión sino cuándo vamos a hacerla. Una re-conversión ecológica que no es principal ni únicamente tecnológica. No se trata de seguir viviendo igual, moviéndonos igual, consumiendo igual… pero ahora apoyados en tecnologías «limpias» que resuelvan nuestros excesos. Hoy sabemos que eso es imposible, ademas de socialmente injusto. Se trata de convertir nuestro corazón y mentalidad para aprender a vivir de otra manera.
Esto significa que durante siete años éste ha de ser el principal objetivo de las decisiones económicas de la provincia. Durante siete años tendremos que posponer cualquier otro tipo de gasto, pues los esfuerzos económicos serán considerables. ¿Quién lo va a pagar, los pobres del mundo, que son los que menos han contribuido a la catástrofe que sufrimos y los que más padecen sus consecuencias? No, lo tendremos que pagar nosotros, los habitantes de los países más ricos, que además somos los principales causantes de esta situación de emergencia climática. Aunque eso suponga, durante siete años, dejar de gastar en otros ámbitos.
Los procesos personales y comunitarios son imprescindibles, pero, de suyo, son lentos. En este contexto de urgencia climática, si no se acompañan de decisiones institucionales, nos pilla la marea alta antes de darnos cuenta de lo que está pasando.
Termino con una cita de Laudato si’: «No se puede pensar en recetas uniformes… Pero en los ámbitos nacionales y locales siempre hay mucho por hacer, como por ejemplo… ¡Es tanto lo que sí se puede hacer!» (LS 180).
Algunas cuestiones para la reflexión y el compartir:
- Todo empieza por el asombro. El mundo es una asombrosa trama de relaciones… ¿Lo siento así? ¿Me siento “absolutamente maravillado/a de existir”? ¿Cómo vivo el asombro en mi vida?
- ¿Soy consciente de formar parte de un asombroso universo donde todo está conectado? “El mundo es una asombrosa trama de relaciones porque el Creador es una amorosa trama de relaciones”. ¿Hasta qué punto el asombro forma parte de mi fe y de mi espiritualidad?
- La conciencia de comunión con todo y con todos ¿me lleva a un comportamiento consecuente en mi comportamiento?
- ¿En qué medida participo del criterio cultural de «cuanto más barato mejor»? ¿Me doy cuenta de lo que hay detrás de este criterio?
- En los ámbitos en los que vivo, ¿hasta qué punto son factibles procesos comunitarios y estructurales de conversión ecológica? ¿Con quién podría compartir un camino conjunto de conversión ecológica?
José Eizaguirre. Valladolid, 15 de octubre de 2022