La Asociación Elín, promovida por Vedruna, ha publicado “Elín: un oasis en la frontera (10 años de memoria experiencial en Ceuta)”, en la que recopila medio centenar de testimonios. Como momento central, los sucesos del Tarajal.
Lo mejor y lo peor de lo que ha sucedido en los últimos diez años en Europa confluye en Ceuta. Ceuta es Tarajal, es ley de extranjería, valla de concertinas, deportaciones en caliente, niños y niñas expulsadas sin contemplaciones porque, antes que la protección que el derecho internacional reconoce a la infancia, lo que el Estado español mira es la nacionalidad en el pasaporte. Ceuta es racismo institucional y es vulneración continua de los derechos más básicos. Pero Ceuta es también Marchas por la Dignidad, Círculos del Silencio, espacios de encuentro entre personas de distintas culturas que quieren cambiar las cosas y, en el camino, descubren que en realidad no son tan distintas.
La Asociación Elín, promovida por Vedruna en 1999, ha publicado “Elín: un oasis en la frontera (10 años de memoria experiencial en Ceuta)”, en la que recopila medio centenar de testimonios para hacer balance de este tiempo. “Mucha vida, también muertes, muchos problemas, mucha convivencia y mucha riqueza”, resume Paula Domingo.
El Tarajal como metáfora
Los sucesos del Tarajal simbolizan lo sucedido en esta década. “Murieron 14 personas”, se lee en la Memoria. “No es la mayor tragedia del Mediterráneo, hemos vivido y llorado acontecimientos con más muertes. Lo verdaderamente doloroso de El Tarajal, lo que hemos considerado un crimen, es que esas muertes se produjeron en una operación de control de fronteras directamente supervisada por las autoridades españolas, usando armas de fuego y sin desplegar servicios de salvamento en el mar.
Lo que ocurrió en El Tarajal pervirtió la lógica de la democracia que, en tiempos de paz, debería poner la vida por encima de todo. Pero fue al contrario, se legitimó una dinámica de guerra contra las personas migrantes”.
Desde entonces se ha reformado el Reglamento de Extranjería, se ha facilitado la regularización administrativa de menores antes de cumplir los 18 años, se han alcanzado algunos acuerdos entre Autonomías para mitigar un poco las estancias de largos años en un CETI a las que muchos migrantes se ven literalmente condenados antes de poder cruzar a la Península… Sin embargo, las 23 muertes (confirmadas) en junio de este año en Melilla, en circunstancias no muy distintas a las del Tarajal, demuestran que la frontera sur de Europa sigue siendo un estercolero en materia de derechos.
Las Marchas por la Dignidad y los Círculos del Silencio
El Tarajal mostró la peor cara de España y de Europa, pero también la capacidad de reacción de muchas personas. “Las Marchas por la Dignidad son un modo colectivo de hacer justicia social”, dice, en uno de los testimonios recogidos en la Memoria, la abogada de La Merced Migraciones y Coordinadora de Barrios, Patricia Fernández. “Participar en las marchas –añade– es una acción de peregrinar a un lugar sagrado, en comunidad, en colectivo, para hacer memoria de los muertos, para gritar que los que cayeron eran de los nuestros. Un sentido de fraternidad que no solo trasciende las fronteras, sino también a la propia muerte y que nos hace dolernos por la muerte de quienes no conocimos”.
También en estos 10 años se ha visto a migrantes de Siria, India, Pakistán o Marruecos organizarse y decir basta. Con ellos ha estado siempre Elín, incorporando a su actuación una mirada transnacional, para preocuparse de lo que sucede no solo en Ceuta, sino en el infierno marroquí donde muchos jóvenes subsaharianos han dejado atrás a amigos o compañeros de viaje que no sobrevivieron para alcanzar el sueño de cruzar la frontera. Voluntarios de Elín llevan a cabo talleres en Rabat para prestar apoyo a jóvenes y familias migrantes al completo, y para contribuir también a cambiar las miradas de la sociedad magrebí sobre esta población.
Elín ha sido también en estos diez años uno de los impulsores en España de los Círculos del Silencio. En Ceuta, concretamente, se celebran desde 2015. Los segundos miércoles de mes, en la Plaza de la Constitución, se denuncian las vulneraciones de derechos más recientes y se guardan unos minutos de silencio.
Si esta protesta tiene tanta fuerza es gracias a ese mensaje de unidad que deja la imagen de personas de distinto color, procedencia o cultura unidas en la defensa de la dignidad humana. No es algo que se improvise, al menos en el caso de Elín. Las clases de español, los “encuentros sin fronteras”, las actividades en colegios e institutos, la convivencia entre jóvenes… va consiguiendo derribar prejuicios. Marta Luna relata la llegada de un grupo de voluntarias y voluntarios en verano. “El gesto por parte de los migrantes de acogida hacia los españoles que venían de la Península ‘descolocó’ al grupo y le hizo entrar en una dinámica muy distinta a las ideas que traía la mayoría, más cercanas al ‘dar al pobre’ que a recibir una calurosa acogida, una fiesta compartida… que culminó con un rato de baile y música que no conoce fronteras”, cuenta.
Eso es Elín, un lugar donde todo el mundo da y todo el mundo recibe. “Si me tengo que quedar con una cosa es con la risa –cuenta Ramsés–, el hecho de que muchas personas diferentes, con distintas experiencias y problemas a los hombros son capaces de confluir en un mismo espacio, compartir valores, compartir ideas y siempre desde la risa y la sonrisa. Hay un ambiente de alegría que muy rara vez se logra difuminar”.
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