Hermana Lidia, mujer fuerte, humilde y diligente de sonrisa eterna, con su mirada profunda con sus ojos azules que transmitía confianza, paz y serenidad
Joaquina decía que la alegría es la principal virtud y nuestra hermana Lidia Vece fue ciertamente testigo de esto: todos los que la conocieron recuerdan su sonrisa, su mirada siempre positiva, la alegría profunda que comunicaba transmitiendo confianza, paz y serenidad. Como dice una antigua alumna suya: «Ella era la Sonrisa, la Alegría, la Comprensión. Estaba dotada de una gran alegría y de una sutil ironía». Y otra añade: «La sonrisa de la hermana Lidia siempre ha sido el modo de acoger, entender y compartir lo que las personas que estaban cerca de ella, o que encontraba, llevaban consigo, ha sido su manera de decir que la alegría y la fuerza del Señor están siempre con nosotros, incluso en los momentos difíciles».
Su vida no siempre fue fácil: muy pequeña quedó huérfana de padre y en su juventud vio morir también a su único y amado hermano Roberto, se quedó sola con su madre que le hizo respirar un amor incondicional e inmenso, amor que ella acogió y entregó a manos llenas, mostrándose siempre dispuesta a escuchar, comprender, acoger, abrazar y ayudar.
Nuestra hermana Lidia tuvo que asumir a menudo servicios de responsabilidad en la antigua Provincia de Italia, como educadora, coordinadora, provincial,… y siempre se mostró atenta sobre todo a quien veía más débil y en dificultad.
En los últimos años ha perdido la vista y el oído, y la enfermedad la ha hecho totalmente dependiente. Una alumna suya, que había leído el libro de Lidia «Un cuore per molti figli», escribe así: “Un cuore per molti figli” escribe así: «En este libro cuenta santa Joaquina pero cuenta también a la hermana Lidia misma, por qué ha sido realmente un corazón para muchos hijos. En el libro, con pocas palabras sencillas y conmovedoras describe el profundo drama y la luminosa fuerza de la santa encarcelada en un cuerpo necesitado de los cuidados de los demás. Parecen casi palabras proféticas sobre su propia enfermedad y sobre su propia fuerza al afrontarla en espera de reunirse con el Padre Celestial. De alguna manera habló desde dentro de su futura enfermedad y lo hizo con la gracia propia de la Sierva del Señor, que la ha caracterizado siempre: ‘La enfermedad la hace cada vez más necesitada de ayuda y ella acepta con serenidad su impotencia y aparente inutilidad, confiándose con humildad y reconocimiento a los que la cuidan. La pasión de Jesús, tantas veces contemplada en la oración, descubierta y amada en el cuerpo débil y enfermo de tantos hermanos, ahora Joaquína la vive en sus mismos miembros y la vive como Jesús, imitándolo en su abandono a la voluntad del Padre’”.
Lidia ha amado mucho a la Congregación y en particular ha tratado siempre de encarnar el carisma de Joaquina en nuestra Italia y en Albania. Disfrutaba enseñando y como atestiguan sus alumnos: «Nos transmitió no solo el saber, don de cualquier buen maestro, sino el gusto por saber, del que solo son capaces los profesores excepcionales. Nos mostró el camino de la curiosidad, la humildad del conocimiento, la sed de la verdad. Una llave maestra que nos abrió las puertas del estudio, del trabajo, de las relaciones sociales… Santa Joaquína decía «Todo por amor, nada por fuerza» y es exactamente como vivió la hermana Lidia».
Su misión como educadora en la escuela de Montanelli, sin embargo, tenía un respiro muy amplio, llevaba a las chicas a encuentros y momentos de espiritualidad, pero sobre todo iba con ellas a las periferias de Roma, all’Aquedotto Felice, a Prima Porta para animar momentos de extraescolar, catequesis, recreación con los niños más necesitados.
Después del Vaticano II, Lidia favoreció la apertura de la Provincia hacia situaciones de mayor pobreza, apoyando las fundaciones de Prima Porta (también como comunidad de formación) y de Calabria y, tras la caída de la dictadura, con la hermana Agnese trabajó mucho para fundar la comunidad de Albania. Así dice de ella Pilar Menal, una de las fundadoras de esta comunidad fronteriza: «Siempre la recordaremos como primera fundadora de esta misión. Su gran deseo de llevar la luz y el amor del evangelio de Jesucristo al pueblo albanés tan pobre y sufriente, le hizo superar todas las dificultades que se oponían a este proyecto. Éramos cuatro las hermanas que iniciaron esta misión, nosotras éramos los brazos pero el alma era ella. Siempre estuvo en contacto con nosotras, interesándose por nuestro trabajo, tanto por la actividad apostólica como por los mínimos detalles de la vida doméstica en comunidad. Durante el verano venía con sus alumnas o exalunas para hacer actividades recreativas con los niños y también para hablar con las chicas y los jóvenes locales, poniendo en ellos un espíritu de valores humanos y espirituales que tanto faltaban en este pueblo después de la terrible dictadura comunista».
Lidia amaba todo lo que el Padre bueno creó, veía maravillas por todas partes, disfrutaba admirando la belleza de la naturaleza, desde la flor más sencilla hasta las montañas más majestuosas, todo le sonreía, incluso una brizna de hierba que crecía en la plaza de San Pedro entre un sanpietrino y otro, que le recordaba cómo la naturaleza siempre nos sorprende. Es bueno recordarla «con la maravilla en los ojos» mientras dice «si miras una flor y ves una flor, no has visto una flor. Si miras una flor y ves una maravilla, has visto una flor». En verdad, sin hablar de espiritualidad ecológica integral, la vivía penamente.
El amor por la presencia Vedruna en Italia y Albania la llevó a dedicar sus últimas fuerzas para recoger la historia de esta presencia. Le hubiera gustado mucho completar esta historia, pero la edad avanzada y la enfermedad no se lo permitieron. Sus ricas anotaciones y aún más su testimonio de vida son un regalo precioso para nuestro «pequeño resto» Vedruna de esta minizona y un compromiso para renacer y vivir abrazando nuestra pobreza y poniéndola a disposición para la gloria de Dios y el bien de los hermanos aquí y ahora.
Nuestro agradecimiento a Lidia pero también a todas las demás hermanas que han hecho llegar también a nosotros aquí en Italia el Carisma Vedruna, que como dice quien las han conocidas «nos han traído la lección de vida de Santa Joaquín, que así ha entrado a formar parte de todos los que han entrado en contacto con el De Vedruna de Roma y de Verona y con las religiosas, una enseñanza de respeto, cariño y amor. Ellas ahora viven en comunión en la Casa del Padre en la Eternidad verdadera, pero habitan también otra eternidad, la de los hombres, hecha de palabras, de enseñanzas y de ejemplos. Todos nosotros tenemos dentro un poco de ellas, de sus palabras, de sus enseñanzas, de su ejemplo, un poco de Santa Joaquina. Los hemos transmitido, los transmitiremos de nuevo y, cualquiera que reciba este regalo, lo transmitirá a su vez, sin conocer la fuente. He aquí la eternidad de los hombres … o quizás, más simplemente, la capacidad de las almas bellas de ser inolvidables». ¡Incluso así se construye Familia Vedruna!
Rossana Rizzi