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Nuestra experiencia de vivir y caminar junto a las personas migrantes

Nuestra experiencia de vivir y caminar junto a las personas migrantes

Desde la comunidad Vedruna del barrio donostiarra de Larratxo, compartimos en estas páginas nuestra vivencia de tantos años compartiendo la vida con mujeres y hombres inmigrantes, experiencia que está llena de diversidad y de historia cambiante, como lo ha sido y es nuestra sociedad de las últimas décadas.

Los comienzos

El barrio de Altza, que actualmente tiene una población (2019) algo superior a los 20mil habitantes –el tercero más poblado de Donostia– es la zona de la ciudad donde mayor impacto tuvo la llegada de inmigrantes provenientes de todo el Estado en los años 60, aunque la presencia migratoria se remonta a los años 40. Ello supuso la progresiva pero, a la vez, rápida urbanización de esta zona, debido a las crecientes necesidades de la población obrera que llegó para trabajar en el Puerto de Pasaia, Nerecan, Ramón Vizcaíno, Contadores, Arrúe, etc.

Larratxo forma parte de Altza y hoy su población es de casi seis mil habitantes. Se construyóen los años 70 y fue habitado por los descendientes de los inmigrantes venidos de otras regiones del estado.

La llamada de los signos de los tiempos y el Espíritu nos hizo salir de las comunidades grandes, con un deseo de vivir otro estilo de vida comunitaria y a la vez cerca de la gente más necesitada y sufriente. El que llegáramos a este barrio concreto viene de una llamada del Obispado de Donostia (D. José Mª Setién, entonces Obispo) como una necesidad de presencia comunitaria de Iglesia en el barrio.

La presencia Vedruna en Larratxo comenzó en 1976. Se comenzaba a habitar este barrio nuevo y en construcción, aún sin tejido social y donde faltaban todas las estructuras sociales y culturales. Nuestro objetivo desde el primer momento: ser una comunidad fraterna, de mujeres Vedruna, enviadas a anunciar al Dios de la vida y hacer presente el proyecto liberador de Jesús, insertas en este barrio, en contacto y al servicio de los más pobres y sufrientes.

Llegamos para habitar, como unas vecinas más, uno de los innumerables pisos de las altas torres edificadas en poco espacio y con escasos servicios, por lo que los primeros años de inserción en el barrio fueron de trabajo en distintos ámbitos educativos y pastorales, pero también de reivindicación y lucha por la mejora del barrio, haciéndolo especialmente a través de la promoción del movimiento asociativo -eminentemente femenino- y la respuesta a las consecuencias del paro, la droga y la falta de oportunidades para tantos, especialmente mujeres.

Consideramos que el esfuerzo por tejer socialmente el barrio a través de dicho movimiento asociativo no tenía como objetivo únicamente la lucha social, el avance en los derechos y la construcción de los espacios comunes (el “parque”, el patio de la escuela, la ampliación del ambulatorio, la mejora del transporte público y tantas cosas necesarias más), sino especialmente la de crear comunidad de personas que se conocen y comparten la vida, algo esencial para todas aquellas que habrían sufrido el desarraigo y despersonalización que conlleva casi siempre la emigración.

Asimismo, nos dimos cuenta de la importancia del acompañamiento de la fe de tantas personas que, a raíz de la emigración desde sus lugares de origen y la llegada a una realidad cultural y urbana nueva, en cambio -eran los años posteriores al Concilio Vaticano II-, se encontraban como fuera de lugar. Ese acompañamiento lo hemos ido haciendo siempre a través de la parroquia y en comunidad con otros y otras, en igualdad y con el deseo de sostener esa fe y ayudar a vivirla en el día a día, con toda su densidad. También hubo un compromiso por la pacificación en medio de un contexto muy difícil de convivencia, sobre todo en los años 80 y 90.

De modo que todo este tiempo no consistió en un “trabajo” con inmigrantes, sino de compartir la vida con personas de múltiples orígenes geográficos y culturas, que no siempre se habían sentido –especialmente en los comienzos- tratadas con igualdad, sino más bien vistas y consideradas “de fuera”; y junto con ellas, compartiendo vecindario y tejiendo asociacionismo, hacer barrio, realizar una verdadera inclusión.

Laguntza Etxea- Cáritas

Fue pasando el tiempo, día a día, año a año; poco a poco fuimos siendo conscientes de que algo estaba cambiando y que la realidad social de la ciudad y de Gipuzkoa estaba viviendo un nuevo fenómeno: el de la inmigración extranjera, que empezaba a ser una realidad. Previendo que aumentaría de forma considerable en los siguientes años, como de hecho ha sido, en el mes de diciembre de 2002 echó a andar el proyecto de Cáritas Diocesana de Gipuzkoa, Laguntza Etxea.

En aquel momento, dos hermanas de la comunidad Vedruna de Larratxo, se dedicaban por completo a Cáritas diocesana, tanto en la Secretaría General como en Aterpe, iniciativa puesta en marcha para que las personas sin hogar tuvieran un lugar en nuestra ciudad. Se hizo una apuesta decidida y potente desde Cáritas de abrir un Centro específico para la atención integral a las personas inmigrantes, con el objetivo de dar una respuesta a las necesidades nuevas que se planteaban desde una acogida integral, cercana y digna.

Los comienzos de Laguntza Etxea, como ocurre con cualquier proyecto de esa envergadura, fueron duros y difíciles, con sus incertidumbres y limitaciones tanto personales como materiales, porque se trataba de algo nuevo a construir y alimentar con mimo, sin modelos previos de referencia que pudieran aplicarse sin más.

Se encargaron conjuntamente de la dirección Maite Etxabe e Hilari Pagazaurtundua, junto con un equipo de tres trabajadores contratados y tres voluntarios, poco personal para las dimensiones del proyecto, pero todos cargados de ilusión, ganas y compromiso. Pero este proyecto ha sido posible a lo largo de los años por la dedicación e implicación del Voluntariado y de distintas comunidades religiosas de la diócesis, como aportación intercongregacional: Hijas de la Caridad, Compañía de María, Franciscanas de Montpellier (del Espíritu Santo), “Cristetas”, Sagrada Familia de Burdeos, Hijas de Jesús, Salesas, Vedruna, La Salle…

Desde el inicio hasta 2005 se ofrecían distintos servicios, por las mañanas: lavandería, desayunos, sala de estar y espacio de encuentro, atención individualizada a nivel social, laboral y jurídico. Para comer se tenía que ir a otra parte de la ciudad, al Aterpe; y, por las tardes, se ofrecían clases de castellano y meriendas. También se acompañaban recursos residenciales en San Vicente, Pasaia, Intxaurrondo… y se echaron a andar habitaciones de acogida en las comunidades religiosas de La Salle-Loiola, Teresianas y Vedruna-Larratxo.

Se trabajó enormemente, por ejemplo, en la regularización extraordinaria del 2005, que supuso un esfuerzo contrarreloj especialmente para el área jurídica y la trabajadora social. A partir de ese año se abrió el servicio de comedor, liderado por las Hijas de la Caridad, a pesar de los recelos de que fuese exclusivamente para inmigrantes; ha sido un servicio fundamental que ha sostenido la vida de miles de personas a lo largo de los años. Más tarde llegó Hotzaldi, para atender a los muchos que dormían a diario en la calle, primero solamente en otoño-invierno y finalmente, tras mucha insistencia, todo el año, en instalaciones de las HH de la Sagrada Familia de Burdeos y posteriormente de las Siervas de Santa María de Anglet (las de “Notre-Dâme”), donde continúa el servicio en la actualidad. Fundamental ha sido también el desarrollo de clases de castellano en esos locales, porque ha permitido a muchos inmigrantes acceder a cursos de capacitación para el empleo.

Con adaptaciones y cambios en algunos servicios, el aumento de personal contratado, la incorporación de nuevos talleres, etc, se llegó hasta 2017, después de lo cual, Laguntza Etxea se incorporó a los servicios de primera acogida de Cáritas, tras la reestructuración interna de esta entidad y la reorganización de proyectos.

Hoy, al escribir estas letras, el futuro de este proyecto es incierto, dada la situación en la que se encuentra la diócesis y particularmente Cáritas. El local donde se ubica Laguntza Etxea estaba cedido por las Salesas, pero se ha tenido que cerrar y a partir de este tiempo de pandemia por el coronavirus, está en el aire dónde y cómo se va a continuar dando atención integral y de calidad a los muchos inmigrantes que siguen llegando o pasando por nuestra ciudad y territorio de Gipuzkoa.

A pesar del presente doloroso, lo que nosotras, como comunidad, podemos decir de Laguntza Etxea, proyecto en el que todas hemos estado implicadas de diferentes formas, es que forma parte de nuestra vida e historia personal, de nuestras relaciones y de nuestro compromiso vital. Nuestra convicción -de fe- es que todas, todos, formamos parte de la misma familia humana, sin distinción, y que es humano y cristiano promover la realización de una sociedad en la que nos reconozcamos todos los mismos derechos humanos y sociales; queda mucho por hacer y hay que continuar alzando la voz ante la creciente desigualdad y “descarte” de cada vez más personas.

Acogida de mujeres en casa

La cosa empezó un día, hace ya años, en el que “no había sitio” en los pisos de Cáritas y dos mujeres se encontraban en la calle, agotado su poco dinero y aún sin trabajo. Así que nos acompañaron a casa, donde ya habíamos acogido este compromiso comunitario de tener las puertas abiertas para acoger. De modo que, al aparecer en casa, la acogida fue con una gran sonrisa y una habitación preparada para ellas. Compartimos techo y vida hasta que pudieron establecerse por su cuenta, pero seguimos en contacto. Decimos ¡qué bueno es seguir ampliando la comunidad!

Después de aquella primera acogida, muchas otras mujeres (y al principio también hombres) han pasado por nuestra casa, que sigue abierta a las mujeres que lo puedan necesitar en un momento dado, sea por unos días o por un periodo más largo. Nos alegra que nuestro último documento capitular (2017) tenga por título “Familia Vedruna: Casa de Puertas Abiertas”. Esta expresión resume lo que nos sentimos y queremos ser siempre: Familia de todas, con las puertas abiertas, sobre todo las del corazón y la solidaridad, hermanas de cada persona con la que compartimos la vida, el vecindario, el pan y la palabra.

Retos actuales ante el fenómeno de la migración

Ya hay muchos análisis sobre este tema, nosotras sólo queremos apuntar uno esencial: “crear lazos”, como magistralmente cuenta Saint Exupérie en su Principito. Porque mirar en global te puede acercar a los números, a los datos, pero conocer a una persona, crear vínculos, es el mejor y mayor conocimiento posible. Porque en ese momento se deshacen las etiquetas, las ideas previas y sólo están las personas concretas con su realidad, su contexto, sus circunstancias y luchas, que son las mismas que las mías, las nuestras. Y la extraña se convierte en una hermana, un hermano y juntos caminamos por un objetivo común: VIVIR.

Desde esta convicción, en los últimos años, hemos desarrollado una iniciativa en Larratxo-Altza, con el objetivo de contribuir a “crear lazos” y promover una cultura inclusiva y de convivencia en nuestro entorno, a través de la concienciación, el diálogo y la reflexión. Se trata de una Jornada abierta a toda persona que quiera asistir, en la Casa de Cultura de Tomasene, y que cada año, desde 2016, gira en torno a un tema, una realidad acuciante o una experiencia: nos hemos ido encontrando un grupo nutrido de vecinas y vecinos para reflexionar y compartir lo que somos y tenemos. Hemos tratado sobre “Refugiadas/os”, “Experiencias de Acogida”, “Diversidad-Convivencia” y “Diversidad con mirada de Mujer”.

La riqueza de estas tardes de encuentro se halla en la reflexión ofrecida, que nos enriquece a todos y nos ensancha la mirada y el horizonte; nos permite conocer a personas concretas y diferentes entre nosotros, pero iguales a la vez; es un espacio para compartir nuestra riqueza a través de la cultura y el compartir lo que nos es propio (un te y pastas, unos cantos y otras cosas sencillas y cotidianas); es una iniciativa construida colectivamente, donde cada aporte es importante y singular y entre todos lo hacemos posible.

Y aún seguimos…

Unas consideraciones finales. La vida se va tejiendo paso a paso. Sentimos que nos hemos ido arraigando en este lugar, formamos parte de él, cada persona y cada rostro nos son familiares, no nos damos cuenta de las distinciones, aunque sí celebramos la diversidad, todas son vecinas y vecinos, prójimos, da igual su situación vital, color, origen… el tejido formado después de cincuenta años es de una variedad y color maravillosos. Sin la diversidad no hubiera sido posible el barrio como lo conocemos hoy. Sin las luchas colectivas, sin el esfuerzo de hacer creíble una convivencia en paz, sin la dedicación de tiempo, sin permanecer, sin hablar con todas y todos en la plaza, sin abrir la casa… no seríamos como somos hoy, mujeres enriquecidas, agraciadas, “con el corazón lleno de nombres”, en expresión de nuestro querido hermano Pedro Casaldáliga, fallecido mientras ultimamos esta sencilla aportación a nuestra querida revistaHemen.

Comunidad “Carmelitas Vedruna” de Larratxo (Donostia)

Este artículo en euskera publicado en la revista Hemen, una publicación en euskera del Instituto Teológico de Vida Religiosa de Euskal Herria, con el título “Migratzaileen bizilagun eta bidelagun”,
fue escrito comunitariamente a petición de su Dirección para formar parte del número monográfico “Etorkinak gurean” (“Inmigrantes entre nosotros”), Hemen 67 (Utzaila-Iraila 2020).
Cuenta con el permiso de Hemenpara divulgarlo citando la fuente.

Fecha

diciembre 8, 2020

Categoría

Opiniones