Jadisha, que llegó con su bebé de Senegal, se dispone a acoger a una familia de Ucrania… Un relato de Mª Paz Bacas basado en muchos hechos reales.
Se han quedado grabados en mí sus grandes ojos negros. Ellos reflejan el cariño y la ternura que siente por su hijo, tan pequeño, tan frágil, tan bonito y también tanto miedo pasado en la travesía y tanta angustia acumulada desde que salió de su país.
En la ONG a la que pertenezco estoy acostumbrada a encontrarme con situaciones límite, incluso desesperadas, pero esta vez me he conmovido especialmente.
Eran las doce de la mañana, el sol estaba en su cenit y, aunque aún era invierno, caldeaba el ambiente y lo hacía cálido y reconfortante. Así quería yo que fuese mi acogida a las personas que acudían a nosotros, casi todas vulnerables y con graves problemas.
En cuanto pude acudí a su encuentro.
El niño se había bajado de los brazos de su madre y se tambaleaba dando inseguros pasos, se agarró a mis pantalones y me sonrió. Me hizo mucha gracia, le hice carantoñas y comencé a jugar con él. Su madre, temiendo que quizás me molestase, lo volvió a tomar en sus brazos mientras se presentaba.
-Me llamo Kadisha, soy de Senegal. Hay mucha pobreza en el país. Nosotros vivimos en el noroeste que es una zona arenosa en la que predomina la ganadería y, donde se puede, la agricultura, pero es difícil sacar rendimiento. Debido a unos años de sequía, escasea el trabajo y la comida. Yo trabajaba en una carpintería donde se fabricaban muebles sencillos. Era la que llevaba las cuentas. Pero el negocio iba mal y tuvieron que cerrar. Aquello me confirmó más en mi decisión de marcharme a Europa. Quiero para mi hijo Masud un futuro mejor. Deseo que viva en un país próspero, que pueda estudiar, tener una vida digna y ser feliz. Es lo que más quiero en el mundo, es mi tesoro, la razón de mi vida ¿ha visto qué guapo y listo es?
-Sí, tu hijo es precioso, creo que me está ganando el corazón -desde el principio el niño y yo habíamos seguido mirándonos y haciéndonos gestos- Masud se lo merece todo.
-Por eso decidí marcharme. Masud tenía 6 meses. Dentro de mí había muchos temores y me costó muchas lágrimas separarme de mi familia. Temía sobre todo que al niño le pudiera pasar algo. Pero yo soy fuerte. Preparé, con una tela de lona, una bolsa adecuada para colgármela y llevar a mi hijo en el regazo mientras tuviera que caminar y, con decisión, me lancé a la aventura para encontrar sendas de progreso, bienestar y pan. Sentía dentro de mí una fuerza que me impulsaba a dar el siguiente paso, a soportar las heridas del cuerpo y del alma, a arrostrar las muchas dificultades que encontré al atravesar varios países hasta que llegué al límite de Marruecos con Ceuta.
Al llegar a este punto Jadisha se entrecortaba. Su rostro iba poniéndose cada vez más triste, sus ojos se pusieron muy brillantes y las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas. Se tapó la cara con las manos. El niño la miró con una cara muy triste y comenzó a pasarle las manitas por la cara con unas torpes caricias.
Las lágrimas rodaban por las mejillas de la mujer y su rostro reflejaba una terrible angustia.
-Era anochecido cuando caminaba hacia el monte Gurugú donde muchas personas como nosotros estaban acampados. De repente dos hombres se abalanzaron sobre nosotros – sollozaba- yo sujetaba fuerte a mi hijo en el regazo… Pretendían ayudarme a cruzar la valla a cambio de él ¡Pero si mi hijo es carne de mi carne, es parte de mis entrañas, nunca dejaría que me lo arrebataran! Grité, les mordí, me negué rotundamente como una leona. Entre palabras soeces, uno de los hombres intentaba abusar de mí y el otro me arrebató violentamente a Masud. Entonces, en un reflejo rápido, le di una certera patada en sus partes a uno de ellos y mi hijo vomitó con fuerza y abundancia sobre el otro, que instintivamente soltó al niño en el suelo, mientras su compañero se encorvaba sobrepasado por el intenso 1
dolor. Fue cuestión de un instante, cogí rápidamente a Masud y salí corriendo todo lo rápido que pude. ¡Mi hijito, hijo de mi alma! Nunca permitiré que nos separen.
-¿Y cómo lograste pasar a España? – la animé a proseguir
Jadisha suspiró hondamente, secó sus lágrimas y trató de continuar:
-Esperé a que mis compañeros convinieran en que era buen momento para saltar la valla y me uní a unas 100 personas que decidieron acometer la difícil empresa. Corrían noticias de que ese día, debido a un evento, la policía estaría dispersa y habría pocos efectivos cuidando que nadie pasara. Dos chicos fuertes se ofrecieron a ayudarnos a mi hijo y a mí, pues yo sola no podía avanzar, sortear las concertinas y sujetar a Masud. Fueron muy buenos con nosotros. Siempre les estaré agradecida.
Cuando Jadisha terminó de narrar su peripecia, la tomé de la mano y le fui explicando lo que tenía que hacer para regularizar su situación. Yo preveía que no le iba a ser muy difícil pues tenía algunas cosas a su favor, entre otras tenía aquí un contrato de trabajo gracias a unas mujeres españolas que habían estado en Senegal por razones humanitarias. Pero había que gestionar muchas cosas, dar muchos pasos, esforzarse demasiado…hasta lograr el permiso de residencia y el arraigo laboral.
En seguida Jadhisa, con la diligencia que parecía caracterizarla se puso a mover papeles y gestionar los muchos asuntos que su realidad requería. No desaprovechó ninguna de las oportunidades que se le ofrecían. Recibió clases de español, cuidó ancianos, fregó casas, aceptó diferentes trabajos en los que siempre dejaba un buen recuerdo de su eficiencia, buen hacer y afable trato.
Nuestra relación ha ido creciendo y, en estos momentos, hemos llegado a una bonita relación que a ambas nos enriquece. A mí me ayuda a ser más cercana, comprensiva y comprometida en mi labor humanitaria. Por su parte, Jadisha, que es muy inteligente y trabajadora, ha ido mejorando su situación laboral y yo he estado a su lado. Hace grandes avances en su aprendizaje del español. Tiene una sencilla casa en alquiler y su hijo cada día crece más y va desarrollando sus habilidades sociales dentro de su corta edad. A mí me encanta pasar ratos con el niño que parlotea a su manera y me hace mucha gracia. Con frecuencia Jadisha me expresa lo agradecida que se siente a tanta gente como la ha ayudado y ha hecho posible su actual situación y muestra sinceros deseos de ayudar ella también.
En estos momentos estamos viviendo la terrible guerra en Ucrania, con la invasión de este país por la Rusia de Putin. La población ucrania está siendo bombardeada, atacada, masacrada. Atemorizadas, las mujeres ucranias con los niños están marchándose del país y llegando a diferentes naciones.
Jadisha estaba muy conmovida por la situación de estas personas, consultó conmigo y se asesoró convenientemente de si ella, con una situación aún precaria, tendría capacidad para acoger a una familia ucraniana en su pequeño hogar. Dio los pasos necesarios para solicitarlo. Las instituciones correspondientes hicieron un cribado y a ella la consideraron idónea.
La familia ucraniana llega por fin mañana. La forma una mujer, Irina, con dos hijos de 9 y 4 años, Alexader e Iván. El marido de Irina se ha quedado en Ucrania para defender su país. Jadisha los espera con las puertas del corazón abiertas, la sonrisa en el alma y en la casa flores que ha recogido por el campo. Está deseosa de acoger a estas personas, darles su cariño y, con sus escasos medios, proporcionarles un hogar donde puedan reencontrar una vida de paz y armonía. Gracias a las donaciones de tantas personas buenas, ha logrado tener en casa las cosas necesarias para hacer agradable su estancia. Hasta Masud, con su corta edad, siente la alegría de su madre y está especialmente contento.
A la hora anunciada voy con Jadisha y Masud a esperar que llegue el autobús con las personas ucranianas que han adjudicado a nuestra ciudad. Está determinado que una ONG recepcione y se encargue de todo lo concerniente a la mayor parte de las personas, pero han decidido que algunas de ellas sean acogidas por unas determinadas familias que ya han pasado una criba. Las dos mujeres estamos nerviosas y emocionadas. Masud se ríe mucho y nos coge de la mano o pide que le tomemos en brazos. Por fin llega el autobús. Casi todas son mujeres con niños. Abrazos, lágrimas, sonrisas, rostros con huellas de dolor y agotamiento. Jadisha y yo abrimos mucho los ojos, miramos por todas partes, preguntamos: una mujer de unos 40 años con dos hijos. Nadie nos da razón de ellos. Por fin llega un empleado del ayuntamiento y nos dice que se ha recibido una llamada dando cuenta de que nuestra familia se equivocó de autobús y se ha ido a una ciudad a 70 km de la nuestra.
En la cara de Jadisha se nota la desilusión y la preocupación ¡Pobrecitos! exclama, pero es resiliente y en seguida se entona. Yo tomo una decisión rápida. Hablo con los coordinadores y les comunico que, sin dilación, voy a ir a buscarlos para que no pasen una noche más de inseguridad.
Cojo mi coche rojo y le digo a Jadisha que se ponga en la parte de detrás con Masud. El niño va muy contento todo el viaje, palmotea, se ríe, juega con su madre y nos hace pasar un viaje ameno y agradable. El cielo está gris oscuro con unas pinceladas anaranjadas que presagian lluvia. Al poco rato se encapota más y una lluvia generosa acompaña nuestro viaje hasta el final.
Cuando recogemos a Irina y sus hijos, éstos no hacen más que mostrarnos su agradecimiento. Al ver fundidas en abrazos las dos familias soy yo la que se emociona, ¿cómo no hacerlo al contemplar los rostros morenos de Jadisha y Masud y la tez clara y los cabellos rubios de la familia ucraniana?
El hogar de acogida huele a limpio y a flores, pero sobre todo huele a cariño y esfuerzo. Irina, Alexander e Iván se acoplan a todo, cualquier cosa les parece bien, sus gestos y sus palabras reflejan la gratitud y el agrado con el que reciben todos los cuidados que la mujer senegalesa les proporciona. Masud va de uno a otro, se agarra de los pantalones de los niños, tira de ellos para que se acerquen a los cuentos y juegos, sonríe con muchas ganas y hace que todos nos sintamos mejor.
A pesar de la cálida acogida y de los esfuerzos de Irina y sus hijos por mostrarse con cierta alegría, la herida que llevan en su interior es tan honda y sangra tanto que sus ojos, sus rostros, los suspiros y la tensión que todo el cuerpo refleja hacen que nosotros nos demos cuenta de ello y respetemos y seamos muy delicados con su tremendo dolor. Están separados de su marido y padre de los niños, han dejado allí parte de su familia, han contemplado escenas demasiado crueles, ¿se puede borrar la imagen de niños muertos por las bombas, de personas mutiladas y heridas, de ojos aterrados y de niños llorando? Han dejado a todos y todo. Están viviendo un gran desgarro, como cuando arrancan la uña de la carne…
Pese a todo, los miembros de la familia ucraniana van adaptándose a las nuevas circunstancias. Irina piensa que no les queda otra, que por sus hijos y por la familia de acogida tiene que ser fuerte y tirar para adelante. Sus hijos se apoyan en ella que sustenta la capacidad de resiliencia de los niños, incluso del pequeño Iván. Irina es profesora y se propone encontrar un trabajo, no tan estable como tenía en su tierra, pero está segura de que encontrará la forma de dar clases; ella sabe algo de español y lo mejorará. Sus hijos irán a un colegio.
Pronto Jadisha e Irina entablan una progresiva relación de amistad, tejen complicidades, hacen planes…Jadhisa sabe de un local que les pueden dejar y sueñan con organizar un grupo de teatro, un coro, intercambiar sus conocimientos de cocina y sus bailes entre los inmigrantes. Se esfuerzan juntas por sacar adelante esa familia más amplia que entre todos han formado. El pan parece que se multiplica y es más tierno. A mí me hacen partícipe de sus quehaceres, planes y conquistas, me piden me una a ellas y a mí me hacen sentir muy agradecida.
Jadhisha e Irina desean un ámbito de paz y de bienestar para todos. Ese es también mi sueño y el de las personas que formamos la ONG a la que pertenezco, que se acerque el día en que desaparezca la brecha ente los ricos y los pobres y que el mundo ofrezca a todas las mujeres y hombres la posibilidad de una vida digna, feliz y en paz.
Mª Paz Bacas