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Villapaz, “como la primera comunidad cristiana”

Villapaz, “como la primera comunidad cristiana”

La religiosa Vedruna Soledad López es confundadora en España del movimiento Oasis, que ha ayudado a miles de jóvenes a descubrir su vocación en la vida y en la Iglesia. A sus 82 años, sigue al pie del cañón.

 

En tiempos en los que la palabra “intercongregacionalidad” sonaba a marciano a los oídos de cualquiera, para Soledad López lo normal era trabajar codo con codo con religiosas y religiosos de diversos carismas.

La religiosa Vedruna es la confundadora en España, junto al sacerdote marista Elicio Martínez, del movimiento Oasis, iniciado en el año 50 en Roma por el jesuita Virginio Rotondi. A sus 82 años, Sole sigue al pie del cañón, yendo y viniendo en autobús desde la comunidad Vedruna de Carabanchel (Madrid) hasta El Centenillo (Jaén), donde se ubica el centro neurálgico del movimiento: Villapaz, situada en plena Sierra Morena. “Esto no lo voy a dejar mientras pueda”, dice. “Es lo que da valor a mi vocación y llena mi vida. Me encuentro feliz aquí”.

Fallecido ya el padre Elicio, a Sole la consideran todos la historia viviente, el alma de Villapaz, a pesar de llevar apartada décadas de labores directivas. “Hay relevo”, afirma con orgullo. Hoy preside el movimiento la ingeniera aeronáutica y teóloga Amparo García-Plaza, profesora de la Universidad de estudios eclesiásticos San Dámaso. Y los niños que en los años 80 venían a los campamentos traen hoy a sus hijos y acuden cada verano a trabajar como voluntarios, igual que la propia Sole, manteniendo intactos los vínculos con “esta casa –dice ella-, que es de todos, y así es como la sentimos todos”.

También en el pueblo esta Vedruna es toda una institución. Enfermera de profesión, ha sido la encargada de tomar la tensión, administrar curas y poner inyecciones a varias generaciones de vecinos. Y los domingos sin sacerdote en la parroquia, ha sido la encargada de animar la Liturgia de la Palabra. “Una vez el obispo me dijo que, menos consagrar y confesar, podía hacer de todo”, cuenta. “Yo, riéndome, le respondí que confesar, confesaba; lo que no hacía es absolver”.

Como la primera comunidad cristiana

En Oasis no hay cuotas ni socios formales. Este movimiento trabajó siempre para ayudar a los jóvenes a buscar su propia vocación e integrarles en sus parroquias o realidades cercanas. El sentido de pertenencia no pierde, sin embargo, ocasión de aflorar. Se vio con la pandemia, que obligó a anular durante dos años los campamentos, principal fuente de ingresos del movimiento. La cuenta corriente quedó casi a cero, pero en cuanto se dio la voz de alarma la respuesta fue inmediata.

“Esto es como la primera comunidad cristiana: cada uno aporta los dones que tiene y los comparte con todos”, explica Sole. Las familias que pueden pagan un poco más en los campamentos, y así es posible que, en cada uno de los dos grupos de algo más de cien chavales que acuden cada verano, haya dinero para costear la estancia de unas 35 niñas y niños de centros de acogida.

Además de esos dos campamentos, hay celebraciones y retiros de Pascua, Adviento y Navidad, y diversos encuentros de familias a lo largo del año.

40 años de historia llenos de nombres propios

La historia del movimiento en Villapaz se inició en 1984. Tras alguna tentativa infructuosa de encontrar un espacio para campamentos de verano, una religiosa de las Esclavas de Cristo Rey les presentó al padre Elicio y a la hermana Sole un edificio en precario estado de conversación que había sido la casa del personal directivo de las minas de Cetenillo. Gracias a diversas donaciones, el trabajo desinteresado de muchas personas y la buena maña del padre Elicio con la construcción y la carpintería (“Los maristas saben hacer de todo”, explica Sole), se levantó una gran casa con 132 camas en literas “y espacio también para unos cuantos colchones”, rodeada de una iglesia, piscina y unas completas instalaciones deportivas.

Aún hoy, cuando toca arrimar el hombro, se mantiene aquel espíritu fundacional, y nunca faltan manos, ya sea para las celebraciones festivas o para trabajos menos agradecidos.

La historia de Villapaz está además llena de nombres propios, de las miles de personas que han pasado por la casa a lo largo de estos casi 40 años. Cuando se le pregunta por algunos recuerdos, a Sole le vienen de inmediato infinidad de nombres a la cabeza. Como el de un joven que, inesperadamente, tras una mañana de retiro, le confió que quería ser sacerdote, y es hoy rector del seminario en una importante archidiócesis. O de David, un chico que murió con apenas 33 años, y “fue para mí todo un ejemplo de vida”. El cáncer nunca borró la sonrisa de sus labios, convencido como estaba de que “lo que tuviera que pasar sería voluntad de Dios”.

Fecha

noviembre 21, 2021

Categoría

Nacional