“Nuestro alejamiento del contacto directo con lo natural y nuestro definitivo asentamiento en el mundo de lo artificial nos atrapa en lo inmanente porque de-sacraliza la realidad y nos oculta lo trascendente, porque la realidad ya no remite a lo creado, sino a lo producido, fabricado, edificado… ¿Cuánto hace que no vemos a solas una puesta de sol, que no caminamos por un bosque, que no subimos una montaña…?”. Conferencia de Pedro Talavera, profesor titular de Filosofía del Derecho y Filosofía Política de la Universidad de Valencia, durante la asamblea de la Provincia Vedruna Europa.
SÍNTESIS
Más allá del coronavirus (que, a mi juicio, es algo episódico, que no ha cambiado nuestra epistemología cientificista de orientación nihilista), nos encontramos en el último estadio de un proceso de desontologización de la realidad que comenzó con la Modernidad y en la penúltima fase de deconstrucción de la persona que puso en marcha la posmodernidad. Por ello, considero prioritario para el cristiano de hoy trabajar en la re-ontologización de la realidad y de la persona para abrirla de nuevo a la trascendencia.
La desontologización supone aceptar la reducción de lo real a puros hechos brutos, privados de todo significado, y consagrar el análisis cientificista (razón tecnológica) como la única vía para conocerlos, controlarlos y manipularlos. Se imposibilita la trascendencia destruyendo lo simbólico y lo analógico (el modo cientificista de ver la realidad no permite trascenderla, porque solo pretende desmenuzarla. No profundiza, solo descompone). Eliminación de la metafísica. Liquidación de la filosofía y la teología como medios de conocimiento de la realidad. Fin de la idea de verdad objetiva. Autonomía absoluta de la razón subjetiva. Multiculturalismo y sincretismo. Esto provoca que el discurso religioso funcione en un nivel meramente emocional, subjetivista, culturalista, lejos de pretensiones teológicas de realismo, verdad u objetividad. La revelación bíblica se reduce a mitología y la historia de la salvación se diluye en un análisis filológico de relatos antiguos. La figura de Jesucristo se difumina y se aproxima a la leyenda. El mensaje cristiano se reduce a su vertiente humanitaria y muy pocos asumen su parte dogmática y moral. En definitiva, tecnología, emotivismo y mitología.
La deconstrucción de la persona comienza con el dualismo cartesiano: res cogitans frente a res extensa. Yo soy una cosa que piensa y que tiene un cuerpo. Yo soy mi razón, mi pensamiento. El cuerpo es pura materia, es un objeto que me pertenece: disponible, manipulable (estamos en el inicio del subjetivismo). La segunda fase de deconstrucción se produce con el antimoralismo freudiano: yo soy un cuerpo que siente y desea. Yo soy, sobre todo, un conjunto de pulsiones que determinan mi mente (hay que liberar impulsos reprimidos, especialmente los sexuales, para evitar caer en la neurosis). Toda prohibición es represión del yo (estamos en la pérdida del sentido de la virtud y en la hipersexualización de la persona). La tercera deconstrucción se produce con el voluntarismo nietzscheano: yo soy una pura voluntad que decide. Yo soy lo que quiero ser: no estoy llamado a ser nada, ni determinado por nada (no existe la esencia, ni la naturaleza, ni la razón, ni la moral). Toda norma me convierte en esclavo. Debo liberarme de los viejos dogmas que pretenden someterme y debo autoconstruir mi identidad en función de mi voluntad. Matar al padre (Freud). Yo solo puedo ser si todo lo que es ajeno a mi voluntad no es. Para ser yo, debo eliminar cualquier instancia externa (moral, religiosa, educativa, familiar) que pretenda orientar, dirigir o determinar mi voluntad: en última instancia, Dios. Si Dios es, yo no puedo ser; si él tiene algo que decir sobre mí entonces soy un esclavo, no puedo autoconstruirme (no estamos en el ateísmo sino en el anti-teísmo). El último paso de esta deconstrucción es el posthumanismo. El hombre es un ser limitado y caduco. La tecnología nos permite concebir un nuevo modelo de humanidad, libre de las imperfecciones que conseguirá la inmortalidad (cuerpos de silicona y cerebros digitales).
Voy a explicar las claves de ese proceso de desontologización y deconstrucción; dónde nos encontramos y cómo, a mi entender, pueden restablecerse las vías de acceso a Dios
ALGUNAS CLAVES EPISTEMOLÓGICAS DEL PROCESO DE DESONTOLOGIZACIÓN DE LA REALIDAD
Los elementos más importantes de expresión de lo simbólico y trascendente son el arte y la palabra. El proceso de desontologización de la realidad comienza precisamente por laprogresiva devaluación de lo trascendente en ambos. El arte, decía Chesterton en ‘El hombreeterno’ es el rasgo exclusivo de la personalidad humana, el modo en que Dios distinguió al hombre con su predilección, es un algo divino en lo humano. Contemplar las pinturas de Altamira permite comprender que no fueron monos sino hombres quienes las realizaron. La palabra es el otro rasgo divino que nos distingue, porque nos asemeja a lo más íntimo de Dios que es el Verbo. Arte y palabra son, por ello, dos vehículos privilegiados para trascender. A través de la belleza y los conceptos podemos remontar lo inmanente y lo finito hasta llegar aintuir la realidad de lo infinito. Contemplando la extraordinaria belleza del ‘Descendimiento’ deVan der Weyden, uno puede llegar a intuir la formidable profundidad del misterio de la Cruz.Basta con la primera estrofa del poema ‘Llama de amor viva’ de San Juan de la Cruz, paracaptar la hondura de la unión del alma con Dios (cada palabra es una analogía del amor humano al divino).
1. El proceso de desontologización del arte
La desontologización comienza por la pérdida de lo simbólico en el arte y, en particular, en la pintura. La ‘perspectiva’, descubierta por Bruneleschi en la Florencia de los Medici (1420), quedetermina la geometrización del arte, supondrá el inicio de un nuevo modo de representar la realidad, seguido de un nuevo modo de pensarla y de relacionarse con ella. La perspectiva fue la introducción de la técnica en el arte en detrimento de su simbología. Permitía representar visualmente el espacio de tres dimensiones en un plano, dando la sensación de exactitud en lo representado. De manera que la obra pictórica dejó de tener una dimensión cualitativa (valor simbólico) y pasó a valorarse por la pericia técnica de lo representado. El arte bizantino era absolutamente simbólico y escasamente técnico (dibujos planos con colores básicos) pero abría de par en par la puerta de la trascendencia (es sobrecogedora y sublime la majestad de un pantócrator). El tamaño de las figuras estuvo siempre en función de su jerarquía ontológica; lo que importaba en la representación visual no era la exactitud, sino el simbolismo. En el arte gótico se consiguió el máximo nivel de espritualización y trascendencia incluso en la arquitectura. En la maniera nuova de pintar, inaugurada en el Renacimiento, la técnica importa más que los objetos y que los sujetos. Leonardo la denominará la pintura ‘cientifica’. Esa pretensión de exactitud será copiada inmediatamente por la ciencia y se impondrá como paradigma de toda forma de conocimiento (solo la ciencia permite el conocimiento cierto, porque constata con exactitud experimental cómo es la realidad).
La pintura continuó su proceso de devaluación ontológica con las diversas tendencias del barroco, romanticismo y realismo, lo valioso en la representación continúa siendo la técnica, el color y la forma. Los temas, predominantemente mundanos, más que trascender pretenden anclar al espectador en la pura inmanencia, no elevarle, sino encerrarle en las coordenadas terrenas de su existencia.
El arte de vanguardia (cubismo, impresionismo, expresionismo, surrealismo, etc.), que comienza a principios del siglo XX, propicia una visión triste y devaluada de la realidad y, sobre todo, de la persona. El impresionismo, con la difuminación de las figuras, ya propone una visión devaluada, inconsistente y efímera de la persona, reducida a mera sensación. La obra de Picasso y el cubismo confirman la definitiva desontologización de la realidad y de la persona y su reducción a pura forma subjetiva. La filosofía moderna (Freud, Nietzsche, Derridà) encuentra en la pintura de vanguardia su inspiración para afirmar el final de la metafísica y la ontología (no hay más allá) y la inauguración de un voluntarismo subjetivista (solo hay el aquí y ahora que yo construyo).
El denominado arte contemporáneo o posmoderno apenas ha conseguido legitimarse por la provocación, por la especulación (es el experto el que determina lo que es arte) y por su alianza con la economía y el mercado (hoy se habla sobre todo del mercado del arte; es decir el arte se valora por lo cuantitativo, por su valor de mercado, por el dinero que alguien está dispuesto a pagar). No extraña que muchos hayan calificado a nuestra época como la época de la muerte definitiva del arte.
En efecto, es difícil que pueda calificarse como arte a cualquier representación, cuando ésta está privada absolutamente de ontología y trascendencia. Precisamente por eso, la desontologización del arte ha propiciado, en primer lugar, una perversión de la estética, que ya no remite a la belleza en sentido trascendental; de ahí la exaltación pública de la fealdad (lo kitch, lo grotesco, lo chabacano, lo indecente) y, en segundo lugar, ha propiciado la separación entre la estética y la ética (ruptura de la unidad entre lo bueno y lo bello), dando lugar a que el exhibicionismo o lapornografía, por ejemplo, sean calificados como ‘arte’.
2. Devaluación de la palabra y hegemonía absoluta de lo visual
La desontologización del arte, como consecuencia de su sometimiento a la técnica y la devaluación de su carácter simbólico, acaban consagrando la absoluta hegemonía de lo visual sobre lo auditivo. Ver es más perfecto que oír. Y esto lo convierte en clave epistemológica: Para conocer hay que ver. Una imagen vale más que mil palabras. La primacía de lo visual devalúa radicalmente la capacidad de la palabra para conocer y explicar la realidad. La palabra no sirve para explicar la realidad. La verdad está en lo que se ve (si no lo veo no lo creo). De un plumazo, la filosofía, la ética y la teología (ciencias de la palabra) quedan descalificadas como medios de conocimiento de la realidad, dejando paso al primado de las ciencias empíricas (física, química y matemática) que sí son capaces de mostrar la realidad ‘tal y como es’.
El desarrollo exponencial de la tecnología y la invención de todo tipo de aparatos que permiten ver y representar desde galaxias lejanas hasta lo más interno de la materia (todo lo que no es accesible a la percepción común) ha encumbrado el conocimiento empírico de la realidad y ha desacreditado el conocimiento filosófico que solo se basa en conceptos (construcciones de la mente). Hoy, una teoría científica vale más que todas las especulaciones filosóficas (todo el mundo conoce y cree en la teoría de la relatividad de Einstein y nadie ha oído hablar siquiera de la concepción hilemórfica de Aristóteles). He ahí un profundo cambio epistemológico: la verdadera realidad solo se conoce por la vía empírica y no por la vía filosófico especulativa. Y ese cambio ha generado un tremendo reduccionismo epistemológico: la realidad es solo lo que la tecnología muestra; solo hay materia y ‘hechos brutos’, no hay esencia, no hay metafísica, no hay ningún sentido trascendente que descubrir en ella. Buscar algo más allá de sus partes y su funcionamiento es pura fantasía, manipulación ideológica de la filosofía y de la religión.
Que la filosofía y la teología hayan desaparecido prácticamente de la enseñanza no es sino consecuencia de la absoluta pérdida de valor ontológico de la palabra, que también se ha trasmutado en lenguaje técnico y en lenguaje visual, es decir, se ha reducido básicamente a terminología informática, a emoticonos y a un lenguaje de ‘jerga’, chabacano ymayoritariamente compuesto de ‘tacos’ y palabras malsonantes. Un empobrecimiento tal que pretende hacer pasar el rap por poesía!!! El gigantesco crecimiento del número de personas que no comprenden el significado de lo que leen (o que son incapaces de explicar con cierta profundidad lo que ven o lo que piensan), indica que al hombre de hoy le resulta cada vez más difícil comprender y explicar la realidad con palabras, porque las ha sustituido por imágenes.
El lenguaje metafísico y teológico ha desaparecido. ¿Quién utiliza hoy palabras como ‘unión hipostática’ o transustanciación? ¿Cómo explicar la Trinidad si ni siquiera se comprenden los términos ‘persona’ y ‘naturaleza’? ¿Cómo hablar de la divinidad de Jesucristo, siendo verdadero hombre, sin apelar a estos conceptos? La devaluación de la palabra devalúa el conocimiento racional de la fe y lo acaba reduciendo a subjetividad, a emotividad sin fundamento racional. Pero san Agustín afirmó con rotundidad: fides quarens intellectu (la fe interpela la razón). Una fe puramente emocional no es la fe cristiana.
La hegemonía de lo visual supone un grave error epistemológico: ver no es conocer ni comprender. Lo visual penetra directamente en la psique del sujeto sin la mediación de la razón y se asienta sin el filtro racional de la crítica. Ante la imagen el sujeto es siempre un agente pasivo. En cambio, la palabra exige la mediación de la razón para ser comprendida. Exige una actitud activa del sujeto. Cuando no comprendo una palabra o un concepto no puedo asimilar el conocimiento. Eso me genera resistencia y me obliga a pensar, a razonar. En cambio, resulta absurdo decir que ‘no entiendo una imagen’. La palabra genera conocimiento. Wittgenstein afirmó que el límite de mi vocabulario es el límite de mi mundo. La imagen genera sensación, impresión. La pintura cubista, impresionista, etc. (el arte abstracto en general) pretendió obligar al espectador no solo a ver, sino a esforzarse por entender (y para eso hacen falta palabras: nadie que no haya estudiado el cubismo puede entender lo que ve en un cuadro de Picasso, como nadie que no estudie el impresionismo puede entender lo que ve en un cuadro de Monet; a lo sumo puede expresar una sensación: me gusta, es bonito; no me gusta, es feo).
Lo visual genera, sobre todo, un goce estético, mientras que la palabra genera un goce intelectual que es mucho más profundo y duradero. Cyrano de Bergerac (la conocida obra de Rostand) es el paradigma del valor de la palabra sobre la vista. Roxana, al principio, está enamorada del guapo y apuesto Christian de Nouvilette (le gusta su apariencia física), pero el joven carece de vida interior, tan solo es ‘apuesto’. De ahí que, ante su incapacidad paraexpresarse, acude al feo y grotesco Cyrano, cuya grandeza radica en sus palabras. Cuando Roxana empieza a recibir las cartas de amor que le escribe Cyrano, aprecia una realidad completamente diferente, y confiesa que ahora sí está verdaderamente enamorada, porque ya no le importa su apostura, se ha enamorado de la belleza de su alma (de su interioridad). La palabra siempre permite trascender. A Dios no se le puede ver, solo se le puede oír, se revela en la palabra, se llega a él por la palabra.
La devaluación de la palabra, del lenguaje (lo que sale de dentro, del alma, de la interioridad) acaba reduciendo al sujeto a su imagen, a la pura exterioridad. Lo que le determina no es la intimidad, sino la exterioridad, mi imagen (soy como aparezco ante los demás) y eso ha provocado que hoy la persona se reduzca al cuerpo. La obsesión por el cuerpo es una auténtica patología social, en especial en los jóvenes (el incremento exponencial de la cirugía estética es un dato devastador). La primacía de lo corporal (de la exterioridad) provoca una devaluación, cuando no la pérdida de la intimidad (¿Qué joven lee ahora el diario de Ana Frank? ¿Qué adolescente escribe un diario íntimo? Platero y yo se califica como una cursilada infantiloide).
Puesto que no hay intimidad y todo es exterioridad, la vida interior acaba despareciendo sustituida por el exhibicionismo. Puesto que conocer es ver, se experimenta la necesidad de mostrarse, de desnudarse (en sentido físico y emocional). Psicología patológica del selfie. Se produce una exposición máxima de la persona en las redes sociales. Es lo que B.Ch. Han ha denominado sociedad pornográfica que expropia la intimidad. No tanto porque la pornografía se haya convertido en objeto habitual de consumo de masas (lo cual constituye una gravísima tragedia antropológica), sino porque la sociedad exige el exhibicionismo y empuja a laspersonas a desnudarse por fuera y por dentro, entendiendo que ‘ser’ es ‘aparecer’ y queautenticidad es transparencia. Para ‘ser’ hay que ‘mostrarse’. Pretender guardar algo en la intimidad (no exhibirlo) lo convierte en objeto de sospecha. La trasparencia no se concibe como una actitud moral (no tener doblez) sino como una exigencia social (exhibir la intimidad). No se distingue entre proteger la intimidad y ocultar lo perverso o delictuoso. Los ‘realities’televisivos son un triste paradigma. Abrirse ante Dios en la intimidad de la confesión, essustituido por el ‘desnudarse ante la audiencia’ en la entrevista televisiva o en las redes sociales.Pero a Dios se le encuentra y se le escucha en la intimidad (San Agustín, en Las confesiones, lo constata: yo te buscaba con denuedo fuera de mí, sin darme cuenta de que estabas dentro de mí). Dios se encuentra y se revela en lo más íntimo de la persona. Si no hay intimidad la puerta de acceso a la trascendencia se cierra.
Por otra parte, el pensamiento postmoderno ha devaluado definitivamente la palabra a base de privarla de todo significado. Ya Nietzsche escribió que para acabar con Dios primero había que acabar con la gramática (eliminar la ontología del lenguaje). Derridà es quien ha llevado a cabo esa tarea, planteando una ‘deconstrucción’ del lenguaje para darle otro significado y‘reconstruir’ así la realidad. La realidad carece de ontología, somos nosotros los que le otorgamos significado cuando la nombramos con palabras; así pues, para cambiar la realidad basta con redefinirla con nuevas palabras, que ya no tengan la carga dogmática y tradicional de la cultura cristiana. Abundan hoy los ejemplos de re-significación (manipulación del lenguaje): por ejemplo, la realidad traumática del aborto viene sustituida por la realidad terapéutica de la‘interrupción voluntaria del embarazo’ (como si fuera algo que pudiera interrumpirse o continuarse a voluntad). La anticoncepción viene redefinida como ‘salud reproductiva’. El concepto personalista de embarazo viene sustituido por el de ‘gestación’, entendido como puroproceso biológico que puede realizar cualquier mujer, para sí misma o para otra. (La gran expansión de la ideología de género va en la línea de una potente re-significación de la llamada concepción binaria de la persona (masculino femenino) hacia una concepción ‘trans’, no binaria). Si las palabras no remiten a ninguna realidad objetiva, solo reflejan la ideología dominante, entonces Dios no es más que una palabra que solo tiene sentido para el creyente judeocristiano.
3. Pérdida de consistencia de lo sobrenatural
En el tránsito desvalorativo que hemos descrito se ha verificado un proceso progresivo yexponencial de ‘desrealización de lo sobrenatural’ (debilitación de la consistencia de la realidad espiritual) y una exaltación del poder omnipotente de la tecnología para construir una especie de realidad sobrenatural imaginaria y paralela. La tecno-ciencia ha eliminado la dimensión sobrenatural del ser humano: no somos sino biología e información neuronal que puede ser replicada artificialmente. La tecnología lo convierte todo (incluido el ser humano) en algo reproducible, transformable y manipulable. Nada tiene una esencia propia que deba ser respetada (una naturaleza), al contrario, todo lo real es material y está absolutamente disponible para servir al fin instrumental que se le adjudique. La tecno-ciencia, especialmente la cibernética (inteligencia artificial), la genética y la biomedicina, constituyen hoy la fe del sujeto posmoderno en un futuro ‘mundo feliz’ a lo Huxley. La fe cientificista y su promesa de inmortalidad en este mundo (curaremos todas las enfermedades, superaremos todas las imperfecciones) han suplantado a la fe sobrenatural y su promesa de eternidad en ‘la otra vida’. La realidad de lo ‘sobrenatural’ se ha perdido. Creer en un origen y un destino sobrenatural del ser humano se considera infantil; sin embargo, la creencia en una especie de ‘superhombre’,conseguido a través del progreso indefinido de la ciencia, se considera racional. Ningún diostiene que salvarnos y regalarnos un paraíso de eternidad tras la muerte si ‘nos hemos portado bien’. Es el hombre el que debe construir su propia inmortalidad a través de la tecno-ciencia, que conseguirá en el futuro superar la corrupción del cuerpo biológico (soportes de silicona) y superar la muerte con el volcado del cerebro a un soporte digital de datos.
La desrealización produce necesariamente una de-sacramentalización de la realidad. Las cosas, privadas de esencia y de sentido sobrenatural, ya no remiten a algo que está más allá y que me permite atisbar la trascendencia y llegar a intuir la existencia de Dios. La realidad pierde su simbología, deja de ser analógica. Solo se la considera de manera instrumental, en cuanto que puede ser controlada y manipulada y eso atrapa al sujeto en la inmanencia. Desaparece la analogía (posibilidad de que algo inmanente me remita a algo trascendente). Todo se reduce a la exactitud mesurable del dato. El cielo estrellado ya no provoca en nosotros la admiración ante la obra maravillosa de Dios, sino que remite primariamente a la NASA, a los viajes espaciales, a la posible vida en marte, a los turistas millonarios que se han apuntado para el primer viaje derecreo a la luna, a la sonda Pioneer que ha llegado a los anillos de Saturno… Lo que uno suele atisbar en el cielo son aviones, no estrellas (la contaminación lumínica lo impide). La vía láctea no nos provoca escalofrío y sobrecogimiento ante la infinitud de un Dios grandioso creador del universo, sino que remite a los agujeros negros, a las supernovas, a Einstein y la relatividadgeneral y especial…
Las complejas teorías científicas han sustituido, en nuestra manera de percibir la realidad, a la profundidad, belleza y trascendencia de las verdades eternas. Casi todo el mundo cree que el universo se explica con el big-bang y la fórmula de la relatividad de Einstein (E=mc2), mientras que considera pueril pensar en la creación según el maravilloso relato (analógico) del Génesis. Cuando contemplamos la belleza de una rosa ya no trascendemos, quedamos atrapados en la estética y nos preguntamos por los procesos transgénicos que han conseguido dotarla de ese color tan increíble, de esa fragancia, de esa resistencia a las plagas…
Así pues, la ‘desrealización’ y la de-sacramentalización han producido el sorprendente efecto de que hoy las personas asuman, acríticamente, una fe inquebrantable en la ficción posthumana, (un futuro como el de la guerra de las galaxias), mientras que consideran absolutamente mítica, infantil y fantasiosa la dimensión sobrenatural del ser humano, la realidad de un diálogo personal con Dios.
4. Primacía de lo artificial (el artefacto) frente a lo natural
Nuestro alejamiento del contacto directo con lo natural y nuestro definitivo asentamiento en el mundo de lo artificial (somos ya estructuralmente urbanitas y artefactuales) nos atrapan en lo inmanente. Lo urbano y lo artificial, la mediación técnológica, tienden a de-sacralizar la realidad y nos ocultan lo trascendente, porque el predominio de la artificialidad, de los artefactos técnicos, ya no nos remiten a lo creado, sino a lo producido, fabricado, manipulado…). ¿Cuántohace que no vemos a solas una puesta de sol, que no caminamos por un bosque, que no subimosuna montaña…? El monoteísmo de Israel nace y se fragua en la aspereza y la soledad del desierto. Las culturas politeístas son marítimas y urbanitas.
En este mundo cientificista, el conocimiento de la realidad está absolutamente mediado por los artefactos, por los instrumentos que reducen la realidad a datos, a cantidades mensurables. Todo lo que no puede cuantificarse o medirse por un aparato se considera inexistente. El ‘apple watch’ (reloj inteligente), que mide y registra todas las constantes vitales del sujeto y todos tus movimientos, es el paradigma. Hasta los comportamientos y las ideas pueden detectarse, medirse, cuantificarse y controlarse por aparatos, que las reducen a flujos de corriente eléctrica que circula entre las neuronas. La neuro-ciencia (que ahora está en el candelero), con el avance de las técnicas de formación de imágenes del cerebro, se arroga la pretensión de identificar la base orgánica de nuestros principios morales o convicciones religiosas, e incluso la posibilidad de controlarlas. La química afirma poder regular y modificar nuestro carácter y hasta nuestra identidad, manipulando las cantidades de dopamina, serotonina, etc., que utiliza nuestro cerebro.
Una realidad mediada por los artefactos y regida por la posibilidad de manipular el cerebro, excluye de nuestra percepción la evidencia de una realidad espiritual. Lo espiritual se confunde con lo esotérico. Con visiones de fantasmas o voces de ultratumba. La popularidad creciente de los zombis, los muertos vivientes, las brujas, la fiesta de halloween, la magia, etc., no es más que la conversión del más allá sobrenatural en una fantasía disparatada y esotérica del más acá. Todo lo que escapa al control y a la medida de un artefacto se difumina, y se reduce a pura imaginación, sensación o emoción subjetiva. Para un mundo cientificista, la fe sobrenatural no existe. Su presencia en las personas se explica recurriendo a estados neurológicos producidos por reacciones químicas, por la acción de sustancias en el cerebro, etc. Dios no existe, en realidad es un estado emocional subjetivo en el que proyecta la insatisfacción existencial del sujeto.
La mediación ‘artefactual’ del conocimiento elimina de la realidad lo ‘cualitativo’. Priva de sentido sobrenatural a lo existente. Se confunden los conceptos aristotélicos de praxis y poiesis. El carácter ético o espiritual de perfección (ser mejor, ser virtuoso) desaparece y se desplaza hacia el terreno de la técnica (producir artefactos más sofisticados). ‘Ser mejor’ suele traducirse por tener acceso a la ‘mejor’ tecnología; es decir, tener las mejores posibilidades técnicas de hacer cosas sorprendentes (casi siempre en un ámbito virtual). Algo que nada tiene que ver con la dimensión ascética del mejoramiento virtuoso. Lo más cercano a la ascética que se concibe hoy es apuntarse a un gimnasio para mantenerse en forma o cuidar la alimentación para mantener la figura corporal.
5. Reducción del tiempo al instante
El proceso de desontologización ha afectado también al tiempo, una de las dimensiones fundamentales del ser humano. La desontologización conduce a la homogeneización del tiempo, que pervierte su naturaleza de fluido heterogéneo, diverso y original (conexión proyectiva entre pasado presente y futuro) y lo acaba reduciendo a la naturaleza del espacio, algo sin valor intrínseco, infinitamente divisible y mensurable que puede secuenciarse en instantes idénticos, aislados, sin relación ni conexión entre el antes y el después.
Henri Bergson, uno de los autores que más ha reflexionado sobre la temporalidad, señaló la diferencia fundamental entre el tiempo científico y el tiempo humano. El tiempo científico es un tiempo que no dura, se reduce al instante, es un tiempo inerte, muerto. Es el tiempo que se mide, susceptible de ser secuenciado espacialmente (recorrido en la esfera de un reloj) y reducido a una mera sucesión de instantes, en el que unos son iguales a los otros. Un minuto no es diferente de otro: es una cantidad sin cualidad, lo que importa es medirlo. Es un tiempo sin contenido. No dura, en el sentido de que no existe continuidad existencial entre un minuto y el anterior: el pasado no aporta nada y el futuro no existe. Sin embargo, el tiempo humano es una realidad ontológica que define la biografía de un sujeto (es algo interior). Se presenta como una unidad interna que refleja la continuidad entre todos los momentos de la vida, tanto pasados como venideros. El tiempo humano se concibe como ‘duración’ (durée). No se reduce al espacio que recorren las agujas del reloj, es un tiempo vivencial, lleno de contenido, no es un tiempo muerto: es un tiempo biográfico. Cada momento de ese tiempo es existencialmente diferente del anterior. Cada hora de hoy es radicalmente diferente a la misma hora de ayer. La hora de hoy está enriquecida y determinada por las experiencias de ayer. El tiempo humano siempre está proyectado hacia el futuro. Es una constante creación original que se lleva a cabo sobre las experiencias del pasado y las expectativas del futuro
Quizá haya sido Soren Kierkegaard quien mejor ha descrito la influencia determinante de la temporalidad en la existencia humana. Contempla tres estadios sucesivos. En primer lugar, el‘estadio estético’ (el placer) en el que prima el instanteísmo, la preocupación por maximizar el goce del instante, olvidando la dimensión humana de ‘proyecto’. En segundo lugar, el ‘estadio ético’ (el deber) se edifica justo sobre lo contrario: ser capaz de sacrificar el deseo presente en aras de un proyecto de futuro o del cumplimiento de un compromiso asumido en el pasado. Es una visión de la temporalidad como como duración, como continuidad pasado-presente-futuro.Finalmente, el ‘estadio religioso’ (el amor), que tan sólo difiere del ético en la dimensióntrascendente que se otorga a la vida: el proyecto vital se integra en un horizonte espiritual ymístico. Kierkegaard ejemplifica el ‘estadio estético’ con la figura del don Juan, que concibe el tiempo como mera oportunidad para el goce inmediato y efímero, que también de manerainmediata se olvida. Su existencia se reduce sólo al ‘hoy y ahora’, ajena a cualquier vínculo; esdecir, a todo lo que suponga aceptar condicionamientos del pasado o compromisos de futuro. Lafigura que encarna el ‘estadio ético’ es, para Kierkegaard, la del esposo fiel, que no sólo elige a su mujer en el momento del matrimonio, sino que día a día repite esa opción, la confirma, viviendo en fidelidad a ella. El prototipo del ‘estadio religioso’ es Abraham, capaz de identificarse con la voluntad de Dios aun en contra de toda evidencia humana.
La actual realidad desontologizada se disuelve en lo efímero, devalúa enormemente la conciencia de duración, por eso resulta esclavizante hoy cualquier idea de fidelidad ocompromiso. La existencia hoy es puramente ‘estética’ y vive solo el ahora, el instante en el quese experimenta el placer. La pulsión del momento. La inmediatez del tuit. El impulso emocional del instante, que puede ser provocado por cualquier cosa: tanto por una cría de marsupial como por un niño llorando lleno de moscas en el Sagel. En todo caso, no pasa de ser una sensación instantánea que deja paso al siguiente instante, como en los telediarios, sin que genere ninguna consecuencia proyectiva. Sin que interpele la propia coherencia vital. Todo es un ahora. El ahora de una situación o relación que poco o nada significará media hora más tarde. El ahora de una opinión de la que me olvidaré dos minutos después. El ahora que me permite tener infinitos yos, en función del instante en el que me encuentro. La vida no se concibe como un argumento que se desarrolla, sino que se reduce a una serie de fotografías o secuencias inconexas que puedo coleccionar en la memoria del móvil.
ALGUNAS CLAVES DEL PROCESO DE ‘DECONSTRUCCIÓN’ DE LA PERSONA
Junto al proceso de ‘desontologización’ de la realidad, que acabo de describir brevemente, se ha producido un proceso paralelo de ‘deconstrucción’ de la persona, hasta privarla de toda esencia y finalidad. Cada persona es el ‘creador’ de sí mismo, en función de su propio modelo de sí mismo.
Fases en el proceso de deconstrucción de la persona
La primera fase (y la más radical) en el proceso de deconstrucción del sujeto se produjo con el dualismo cartesiano, que planteó la escisión radical entre lo racional y lo corporal. Se produce un cambio radical en la comprensión del sujeto: el cuerpo –mi cuerpo– es algo diferente de mí mismo, pertenece al mundo material; lo que yo soy realmente es mi razón. Mi identidad está en mi pensamiento. El cuerpo no algo que soy, es algo que tengo, luego no pertenece al ser del sujeto, sino al tener. Esto ha alterado radicalmente la ética. Si la esencia del yo es la mente, el cuerpo, que es pura materia, deviene algo disponible, manipulable e, incluso, enajenable. (El cuerpo es mío y hago con él lo quiero).
Un segundo paso fundamental en el proceso deconstructivo se produce con la filosofía kantiana, a partir de la cual el sujeto cartesiano, reducido a autoconciencia, experimenta su definitiva transformación hacia el subjetivismo, para reducirse a pura autonomía. Kant asume la imposibilidad de conocer la esencia de la realidad y afirma que solo cabe conocer lo que aparece de ella, la apariencia. No puedo saber lo que las cosas son en sí, solo puedo saber cómo son para mí. Por consiguiente, yo debo gobernarlas según cómo pienso que son las cosas. La moral se convierte en mi opinión sobre lo bueno y lo malo. Para ser libre no puedo someterme a las normas de otros, debo ser absolutamente autónomo, debo ser mi propio legislador moral. Toda regla que no provenga de mí mismo es una imposición que me esclaviza. Ser persona significa ser autónomo: yo soy e dueño de sí mismo y decido mis propios fines. Con esto, la persona queda liberada de toda regla moral natural o trascendente. No cabe hablar de verdad universal y objetiva, sino de opiniones particulares y subjetivas (Esta es mi verdad, tú tienes la tuya).
El tercer paso en el proceso de deconstrucción viene representado por la filosofía de Nietzsche, que inaugura el paradigma postmoderno del sujeto como pura voluntad. Con él se produce la elevación del subjetivismo a su máximo exponente: no hay verdadera autonomía sin liberación. Y liberarse significa no someterse a ninguna regla. Para llegar al verdadero ‘yo’ Nietzsche exigea) liberarse de toda moral (la moral esclaviza); b) liberarse de todo convencionalismo y construcción intelectual o social (yo soy mi voluntad, lo que quiero ser): liberarse de toda racionalidad (la razón esclaviza): yo soy mi deseo, mi instinto. La persona no es más que voluntad de poder, libre de toda restricción intelectual o moral. El niño es el prototipo del ser: no tiene conciencia moral (no siente remordimiento); sólo vive en el hoy y ahora (instanteísmo); disfruta de su vida como un juego (no le mueve la razón sino la sensación); sólo le mueve el deseo (no tiene conciencia de deber) y su horizonte es dominar lo que le rodea. Esto ha propiciado una gigantesca ola de inmadurez en las personas. Perpetuos adolescentes, incapaces de comprender el sentido de la responsabilidad y el compromiso
Sigmund Freud acabó de completar el proceso deconstructivo con sus aportaciones sobre el psicoanálisis, señalando la represión del instinto sexual como causa de desequilibrio. Para evitar psicopatologías resulta imprescindible liberar el ‘ello’, es decir, todo deseo reprimido (básicamente de índole sexual) para convertirlo en ‘ego’. Y eso exige liberarse del ‘supergo’, detoda norma moral que reprime los deseos, para dejar fluir los impulsos y deseos del ‘yo’. Endefinitiva, la verdadera liberación de la persona no es más ‘liberación sexual’, puesto que la persona solo es algo que siente y que desea; no es más que un conjunto de pulsiones (sexuales) que deben ser liberadas de toda represión. He ahí la clave de la extrema hipersexualización que impera en la sociedad actual. Todas las perversiones sexuales son elevadas a la categoría de‘experiencia liberadora’. La moral es tildada de represión y culpada de generar personalidadespsicopáticas.
El pensamiento postmoderno actual está muy cerca del ‘nihilismo’, afirmando que lo único genuino que hay en la persona es el instinto y el deseo. La verdadera libertad es la pura espontaneidad. La razón esclaviza, el instinto es liberador porque es espontáneo, no estásometido a las reglas opresoras de la moral. (La gente se ‘libera’ los fines de semana, dando rienda suelta a sus instintos, porque se considera esclavizada el resto de la semana, sometida a las imposiciones del trabajo y la familia).
Esto produce las personalidades narcisistas, de quienes sólo se conciben a sí mismos como dioses y se rigen exclusivamente por el principio de placer, reduciendo a los demás a puros objetos de uso, de goce o de dominación.
ALGUNAS VÍAS PARA LA RECONSTRUCCIÓN ONTOLÓGICA DE LA REALIDAD Y DE LA PERSONA Y PARA EL ACCESO A LA TRASCENDENCIA
Recuperación de la primacía de la palabra y lo simbólico
Siempre he pensado que de los muchos motivos por los cuales cabe calificar de ‘genial’ alQuijote, hay un rasgo en particular que no suele invocarse y que yo considero el más esencial: la capacidad que tiene don Quijote de trascender la realidad, mezquina, tosca y plana, para elevarlay embellecerla, para considerarla desde la perspectiva de un ‘caballero andante’ con un códigode honor. Esa perspectiva diferente le lleva a convertir una fona miserable en un castillo, a untosco mesonero en un noble castellano, a unas mujerzuelas en ilustres doncellas… Una aldeana analfabeta es convertida en su dama Dulcinea y su vida trasmutada en un tiempo ‘para acometer fazañas que me hagan digno de ser suyo’. No es don Quijote un desgraciado esquizofrénico, un pobre loco incapaz de ver la realidad. Nada de eso. Hay en él una pureza de espíritu, una grandeza de alma que eleva su mirada, que le otorga una capacidad metafísica para embellecer y trascender esa realidad miserable, para descubrir su profundo sentido ético y enderezarla hacia su más alto destino (‘desfacer entuertos’). Sus lecturas ‘le trastornaron’ a los ojos de un mundo plano y rastrero, incapaz de descubrir la grandeza y sublimidad de un ideal. Pero los libros le hicieron ver la realidad con otros ojos, agrandaron su alma y le permitieron trascenderla, hasta convertirle casi en un místico. Sus allegados se empeñan en atarle a lo inmanente, pero él no se deja abajar y se afana en lo trascendente. Y, a mi juicio, la persona de fe no es alguien muy diferente de don Quijote. Es alguien que ha agrandado su alma para darle la capacidad de conectar con lo sublime. Alguien capaz de descubrir la belleza oculta y trascender hasta el creador. Alguein que habla un lenguaje diferente. Alguien que, a los ojos del mundo, es un pobre loco que no se entera de la cruda realidad y no pocas veces acaba siendo objeto de burla, cuando no apaleado. Pocos, como Francisco de Asís, representan este grandioso ideal.
Hay que echar un vistazo a la propia biblioteca (la exterior y la interior). ¿Cuáles son los grandes relatos que ha construido mi identidad como cristiano y como persona? ¿Puedo llegar a entender el amor de Dios sin haber leído y meditado el Cantar de los cantares? ¿Puedo abrir mi alma al amor divino sin haber leído a San Juan de la Cruz? ¿Puedo entender lo que significa conversión sin haber leído las confesiones de San Agustín? ¿Puedo entender la vida de infancia espiritual sin haber leído Historia de un alma? ¿Puedo entender lo que significa dudar de la fe sin haber leído a Bernanos o a Unamuno? ¿Puedo entender la relación de mi fe con el mundo sin haber leído Introducción al cristianismo, Creación y pecado, de Joseph Ratzinger? ¿Puedo entender el sentido de la ascética y de la virtud sin haber leído Las virtudes fundamentales de J. Piepper? ¿He leído a fondo algún tratado de historia de la Iglesia? ¿Puedo entender algo de mi país y mi cultura sin conocer los versos de Calderón y Lope, leer a Ortega, a Machado o a Marías?
Sin biblioteca interior (sin el andamiaje racional y cultural de la fe) es muy difícil trascender. No tengo herramientas para descubrir la profundidad simbólica de lo real y, entonces, soy presa fácil del emotivismo, de la superficialidad de lo visual, de lo efímero de la sensación, de la fugacidad de lo estético. Todo fluye, todo pasa y a veces deja alguna huella, pero no deja poso.
Recuperación de la intimidad
No hay que confundir intimidad con subjetividad. La intimidad está constituida por el conjunto de experiencias que me hacen crecer como persona (me van desvelando quién soy) y que poco a poco me van acercando a Dios, a través del camino que Él ha trazado para mí y que se materializa en la propia vocación (voy entendiendo que el sentido de mi existencia no está en mí sino en un proyecto divino de plenitud sobre mí). La subjetividad, por el contrario, es una deformación de la intimidad, que consiste en construir mi propia visión de la realidad, del mundo y de la fe (voy adaptando la realidad y la fe a mis propias categorías). Soy yo el que determina el sentido de mi existencia, el que construye su propio proyecto vital y configura su propia visión de la fe.
La intimidad es ontológica, simbólica, analógica, porque es el camino que me permite salir de mí y conectar con aquello que me trasciende. La intimidad es el lugar de encuentro con Dios, donde cada persona descubre un ansia de eternidad, un deseo de trascender la finitud y llenarse de lo absoluto. En la intimidad uno se mira a la luz de lo sublime porque quiere conectar con lo sublime. Uno es capaz de atisbar lo inenarrable, la grandeza del espíritu que quiere albergar en su alma (así se comprueba cuando uno lee a Ana Frank o Teresa de Lissieux). En cambio, la subjetividad es siempre inmanente, no me permite salir de mi mismo. Me empequeñece, porque lo que pretendo es ajustar la realidad de lo sublime a mis pequeñas categorías sensibles o emocionales. No soy yo quien quiere salir de sí para conectar con Dios, sino que es Dios quien debe adaptarse a mi comprensión de la vida de fe. La subjetividad me va encerrando, poco a poco, en una torre de marfil. La subjetividad suele degenerar en actitudes escépticas o cínicas, ante situaciones que desafían al propio criterio.
Hay que examinar la propia intimidad para liberarla de subjetividad y hacerla reconectar con lo sublime. Un modo excelente de examinar la propia intimidad, es comenzar a escribir un diario íntimo. Santa Teresa lo hizo (el libro de su vida) cuando durante tantos años sufrió un gran desconcierto interior y no sabía cuál era su lugar en el mundo. Es un excelente ejercicio ascético que siempre se acaba volviendo místico. Una excelente vía de reontologización de la persona. Un modo de reconectar con la palabra. Un camino para desempolvar la propia biblioteca interior. Un modo de vivir con conciencia de legado.
Mayor cercanía a lo creado que a lo fabricado
Prescindir en la medida de lo posible de los artefactos técnicos. Alejarse de lo artificial. La conversión ecológica a la que llama Francisco en Laudato Si’. Que es mucho más que firmar para la defensa de la Amazonia. Es contemplar la creación y procurar estar lo más cerca posible de ella, que es estar cerca de Dios. La cercanía a la naturaleza es un camino muy directo de encuentro con Dios, y es una vía extraordinaria para reontologizar la realidad.
He hablado antes de cuántas veces hemos contemplado últimamente una puesta de sol, o hemos paseado por un bosque, o por la rivera de un río, o hemos pasado tiempo mirando las estrellas o extasiados ante la belleza de un paisaje o de una mariposa… Se trata de volver a mirar directamente la creación, sin la mediación técnica de los artefactos. Si nuestra percepción de lo real ya está casi absolutamente determinada por los aparatos (TV, ordenador, móvil, ipad, Apple watch), es fácil que en nuestra vida prevalezca lo inmanente sobre lo trascendente.
El artefacto dificulta la ontología, no nos facilita trascender porque nos conecta con lo fabricado, con lo artificial; no permite contemplar, proyectar una mirada espiritual sobre lo creado, solo permite ‘visualizar’, es decir, captar la imagen artificial de la realidad.
Recuperar el sentido del tiempo. Permanencia y legado
Recuperar la dimensión narrativa de la propia existencia. Mi vida tiene un argumento, que debe integrarse dentro de un relato grandioso de la historia de la salvación. Hay que vivir latemporalidad como ‘duración’, en clave de proyecto; es decir, integrando el ahora como una consecuencia del ayer y en el horizonte del mañana.
Huir del ‘instanteísmo’. Lo valioso está siempre vinculado a lo permanente, a lo duradero; tanto en lo personal (identidad) como en lo social (las instituciones). Hay que vivir con conciencia absoluta de legado, de querer transmitir algo, de que algo de mí debe permanecer y continuar después de mí, porque es mi aportación a la historia de la salvación. Vivir cada minuto con dimensión de eternidad.
Una congregación religiosa es una parte esencial de la historia, de la cultura y de la Iglesia. Constituye una tradición espiritual y material que se recibe para ser transmitida. Por tanto, cada miembro debe ser un ‘testamento vivo’. Debe encarnar en plenitud aquello que, por ser lo más valioso, quiere transmitir para que permanezca. Como las joyas de una familia, que se custodian y se transmiten, porque en ellas se encarna la historia y la tradición. Heredarlas significa conectar con el legado y con la identidad de un linaje. El Verbo quiso encarnarse en un linaje, constituyéndose en el último eslabón de una estirpe, de una serie de generaciones que se suceden, que el evangelio transcribe y que conservan y transmiten un legado: la ‘promesa’.
Nietzsche consideraba que una vida solo puede considerarse valiosa si se tiene la voluntad absoluta de querer repetir eternamente lo vivido. Y esa es la dimensión de eternidad que requiere cada instante de la vida. Solo vives con absoluta plenitud cuando estarías dispuesto a volver a vivir eternamente tu propia vida.
Una de las películas más metafísicas que recuerdo es ‘Atrapado en el tiempo’ (famosa por el día de la marmota). El protagonista, Phil, egoísta y arrogante, se encuentra condenado a repetir continuamente el mismo día. Cada mañana se levanta y, sorprendido, vuelve a pasar por las mismas situaciones y se encuentra con las mismas personas. Al principio se lo toma con lúdicamente (no importa lo que haga porque todo vuelve al comienzo por la mañana). Luego su interés por una chica le lleva a una dimensión utilitarista e instrumental del tiempo (lo utiliza para averiguar detalles de su vida y de sus gustos para conquistarla, pero solo consigue interesarla). Finalmente, comienza a mirar a los demás y a interesarse de verdad por sus vidas y por sus necesidades. Eso le hace salir de sí mismo y es entonces cuando encuentra sentido al tiempo, cuando sus acciones adquieren trascendencia porque repercuten en el bien de los demás y no en su interés egoísta. Entonces Phil entiende la diferencia entre vivir el tiempo con plenitud (encontrar sentido trascendente a cada instante) y dejar que el tiempo discurra (buscar el goce efímero del instante). Entonces sí, la chica se enamora de él y por la mañana empieza un nuevo día.
El tiempo como duración no es algo efímero y fugaz que pasa, sino un medio de dar sentido a la existencia, al convertirla en herencia, testimonio y legado. Reconstruimos la unidad de nuestro yo y damos sentido a nuestra existencia, cuando integramos nuestra vida en un proyecto: asumimos la herencia que recibimos, encarnamos el ideal al que aspiramos (purificándolo de subjetividad y llenándolo de intimidad) y transmitimos ese valiosísimo tesoro con orgullo, con conciencia de formar parte de la gran historia de la salvación.
No podemos vivir como si el pasado no existiese o como si no valiese o no tuviese nada que decir en mi vida de hoy. La memoria debe ser una parte activa del presente. La memoria no es equivalente al simple recuerdo. Al igual que el memorial de la pasión de Cristo en la eucaristía no es un simple recuerdo de lo que pasó en la Cruz, sino la actualización de ese misterio. La memoria es la que actualiza mi pasado (mis decisiones, mis compromisos, mis logros, mis errores) y lo integra en mi presente, haciéndome consciente de la unidad de mi existencia y de la presencia de la mano divina que la guía. Quienes piensan que son de otra época y que ahora no tienen nada que aportar, o quienes piensan que si hubieran nacido en esta época habrían hecho las cosas que no hicieron en la suya, no han sabido vivir la vida con integridad, como proyecto. Son presa del subjetivismo. Si para mí el ayer no tiene valor, entonces soy una simple caricatura. Yo solo soy yo en plenitud cuando realizo el proyecto de Dios; es decir, cuando soy todo lo que he sido y todo lo que estoy llamado a ser.