Dos hermanas Vedruna de Deusto conviven desde enero con jóvenes migrantes. No es un proyecto de acogida: “simplemente” quieren “ser familia” con ellas.
Una casa de tres pisos en Deusto (Bilbao), en otro tiempo llena de hermanas, a la que ahora le sobraba la mitad de su espacio. Una vocación Vedruna con ganas de más, «con falta de aire», con “necesidad” de compartir “a otro nivel”. ¿Por qué no armar un nuevo proyecto?, planteó María José Laña al resto.
Entonces llegó a Bilbao Teo Corral, de regreso tras varios años en distintos países de África y con jóvenes migrantes en Ceuta. También ella soñaba con vivir en una casa de puertas abiertas con eprsonas migrantes como las que acababa de dejar atrás. “No una casa de acogida, un centro –matiza–, sino un ámbito en el que acoger y ser acogidas nosotras, una comunidad ágil y de poca estructura˝.
La comunidad de Vedruna de Deusto ofrecía ya desde hace años techo y cama a mujeres remitidas por asociaciones de la zona. Ahora se trataba de buscar la fórmula de ir un paso más allá. Y tras un proceso de discernimiento con el Equipo Provincial de la Provincia Vedruna Europa, se optó por una fórmula novedosa: una comunidad, dos presencias.
“No queríamos romper nada, desentendernos de las demás hermanas”, ya mayores, “ya que en un principio no fue fácil aceptar que ibamos a separarnos. Pero tampoco queríamos renunciar a los sueños nuestros”, cuenta Laña.
La obra para dividir la casa se limitó a un simple pladur. Y en enero de 2020 llegaron Fática, procedente de Marruecos, y Estrella, de Guinea Ecuatorial. Y poco después, Virginia, una joven que había trabajado en Ceuta con Teo Corral y que se había trasladado por trabajo a Bilbao. Necesitaba alojamiento para unas semanas, y se encontró convertida en la primera voluntaria en esta casa intercultural de mujeres que acababa de abrir sus puertas.
Firmaron un convenio con el Centro de acogida Lagun Artean, que les envía a mujeres en el tramo final de su proceso de vivir de forma autónoma. No se trata de completar la intervención, matiza Teo Corral. “Lo nuestro es otra cosa, nos hemos quedado con la parte bonita: ser familia con ellas. Yo soy trabajadora social y hago esa labor con otras personas, pero en casa tenemos otro tipo de relación”. Un modelo de relación que tiene ya continuidad en la Provincia Vedruna Europa, con la recién estrenada casa para jóvenes migrantes en Madrid. “Me encantaría que hubiera muchas comunidades que lo hicieran, porque es algo fácil, solo requiere disposición a compartir. Ahora que hay tanta necesidad, muchas comunidades lo podrían hacer”, añade Corral, tras recordar las dificultades de las personas sin hogar provisionalmente acogidas en un polideportivo de Bilbao, con las que trabajó durante el confinamiento, y que ahora “no cuentan ya con esos recursos públicos”.
Las dificultades, que las hay, son más sutiles. Las habituales de cualquier convivencia, y también alguna más. “Tenemos tres pisos en Deusto. Estamos en unas situación de poder, con mujeres que no tienen papeles, a las que les están explotando a lo bestia en el servicio doméstico ¿Cómo construir una situación de igualdad, establecer vínculos de familia?”, se pregunta.
Ese es el gran reto: “hacer todas un proceso de aprendizaje, sin nosotras ser las jefas”. Todas son corresponsables. Y aunque en estos momentos la mayor parte de los ingresos salen del sueldo de profesora de María José y de los ingresos de Teo, todas aportan en función de sus posibilidades.
Otro objetivo es que el proyecto no se encierre en sí mismo, sino que exista un “sentido de ciudadanía” y una implicación activa frente a los problemas del entorno.
La idea es hacer de la casa un lugar de encuentro para muchas personas. La pandemia, por ahora, ha obligado a echar el freno. Pero en cambio ha intensificado los lazos dentro de la propia comunidad. Incluidas las “vecinas” mayores, las hermanas de más edad, ahora ya completamente integradas. “Ha habido en estos meses momentos de intercambio maravillosos entre ellas y las chicas”, asegura Corral.
También a María José Laña le brilla la cara al hacer balance. “Es algo bien sencillo: como una experiencia de Reino, de mesa común, de volver a los orígenes. De compartir todo”.