- Las hermanas Vedruna puntúan el nivel de machismo en la Iglesia en 7,96 sobre 10, según los datos de una encuesta elaborada durante el Consejo General Ampliado (CGA) de abril.
- Las diferencias geográficas y generacionales influyen en esta percepción en prácticamente la misma medida que la experiencia de haber sufrido personalmente “actitudes serias de discriminación” por motivos sexistas.
- “Nos estamos jugando mucho, nuestra propia credibilidad como Iglesia en el mundo de hoy”, afirma la general de la congregación, María Inés García.
La Iglesia tiene un problema serio con la discriminacióna la mujer. Así lo cree la gran mayoría de las hermanas Vedruna según una encuesta llevada a cabo en las distintas provincias de la congregación durante los meses de abril y mayo, coincidiendo con la celebración del Consejo General Ampliado (CGA).
Entre las participantes en esta encuesta, la valoración media del nivel de machismo en la Iglesia se sitúa en 7,96 sobre 10. Para más de tres de cada cuatro hermanas, el 77,8%, la cultura institucional machista “distorsiona el mensaje evangélico y aleja a muchas personas de la Iglesia”. El 9,6%, por el contrario, considera que la nítida distinción de roles de género “aporta seguridad doctrinal frente a las modas e ideologías de cada época”.
La opinión dominante (73,3%) es que la Vida Religiosa femenina debería ser más crítica frente a la ideología patriarcal, mientras que el 7,2% considera que las religiosas deberían “suavizar estas reivindicaciones, que debilitan la comunión”. De ahí se infiere que la congregación Vedruna se autoposiciona en una actitud más crítica que la del conjunto de la Vida Religiosa, pero también que, entre las hermanas, las opiniones no son unánimes.
El trabajo fue presentado el 4 de diciembre por la teóloga alemana Birgit Weiler, profesora en la Pontificia Universidad Católica de Perú y una de las coordinadoras del Documento para el Discernimiento Comunitario de la Primera Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe, recientemente publicado. Intervino también la religiosa Vedruna Inma Eibe, teóloga y enfermera, además de integrante del grupo musical Ain Karen, junto al autor del estudio, Ricardo Benjumea. Moderó la periodista Patrizia Morgante.
La general de la congregación, María Inés García, resaltó que el CGA votó el papel de la mujer en la Iglesia como una de las prioridades hasta el capítulo general que se celebrará en 2023. Más allá de este compromiso interno, la general vinculó la igualdad a “nuestra propia credibilidad como Iglesia en el mundo de hoy”. “Nos jugamos mucho”, añadió, y animó a toda la Familia Vedruna a ahondar en la reflexión y en el compromiso con la igualdad “cada una en los espacios donde podamos hacerlo”.
El estudio mide en el contexto de la congregación la correlación entre las actitudes críticas hacia el sexismo eclesial y la experiencia de haber sufrido en carme propia “actitudes serias de discriminación” machista, frente a la influencia de otras dos variables: la pertenencia a determinado contexto geográfico y cultural (las provincias Vedruna de África, América, Europa, India, Japón y la delegación de Filipinas), y la edad o pertenencia generacional. La fuerza de la correlación estadística es muy similar. Es en América y Europa donde mayor conciencia crítica existe, y también donde un porcentaje mayor de hermanas reporta haber sufrido discriminación machista severa.
Partiendo de que no es creíble, por ejemplo, que se produzcan el doble de casos de machismo severo contra religiosas en Europa que en África o Filipinas, lo que se constata es que, en contextos donde la conciencia sobre la problemática del machismo es más débil, se reportan también menos casos de discriminación sexista. Es decir, el problema que no se nombra no existe. Dicho de otra forma, la ideología patriarcal, presentada en el coloquio como “la verdadera y más poderosa ideología de género”, impregna fuertemente la sociedad y condiciona la propia percepción de la realidad. La Iglesia no es una excepción.
Según esta ideología patriarcal, ser varón no es solo más importante que ser mujer. Lo masculino constituye el canon, motivo por el cual puede hablarse de “genio femenino” o de “teología de la mujer”, mientras que carece de sentido hablar de “genio masculino” o “teología del varón”, por la equiparación implícita del varón a lo genéricamente humano.
*Personas no Vedruna participantes en el CGA
Por edades, se reproduce un fenómeno similar en casi todas las provincias. El intervalo de hasta 45 años de edad (3,22 sobre 5) es el que ofrece una visión más suavizada, como si una imagen inicial más idealizada de una Iglesia inclusiva se difuminara con el paso del tiempo, debido a la experiencia directa de discriminación machista. Los dos tramos con actitudes más críticas son los intervalos entre 45 y 59 años, y entre 60 y 69 años, para descender muy ligeramente a partir de los 70 años.
La excepción a esta tendencia es África, donde las religiosas más jóvenes son bastante más críticas que las de mayor edad, al mismo nivel de las religiosas jóvenes de Europa o Vedrunamérica. Más que las diferencias geográficas, en este caso concreto, priman las generacionales. Esto es: la generación más joven de religiosas está socializada en claves no muy distintas a las de América y Europa, a diferencia de lo que sucedía en décadas pasadas.
“Nos tratan como a menores de edad”
En términos desagregados, el 43,3% de las religiosas encuestadas afirma haber sufrido “actitudes serias de discriminación” machista.
Aunque algunos episodios se refieren a obispos o tienen como referente las instituciones diocesanas, la mayor parte de casos, sin distinción por ubicación geográfica, se refieren a los párrocos, que “solo quieren nuestra aportación si es desde el servilismo”, excluyen a las religiosas en la toma de decisiones o las tratan “como a menores de edad”. En esta línea, una religiosa lamenta que, “cuando nos expresamos en un contexto grupal se necesita la voz de un hombre para explicar lo que queríamos decir”, dando por hecho que una religiosa no es capaz de expresarse adecuadamente por sí misma. Otra cuenta haber sido “expulsada de la parroquia, en público”, por criticar en una reunión del sínodo diocesano “la falta de información” por parte del párroco.
En concordancia con la teoría del orden de género, formulada por Raewynn Connell, la masculinidad dominante demanda una “feminidad recalcada”, lo que, si en las mujeres más jóvenes, según Connell, se traduce en una hipersexualización, en las de mayor edad se asocia a rasgos maternales o de cuidado. Con propuestas más recientes, particularmente la ética de los cuidados, el feminismo ha dado la vuelta a estos argumentos, proponiendo como ideal para varones y mujeres una serie de rasgos que hasta hace poco se consideraban típicamente femeninos. Más que la servicialidad, sin embargo, lo que denuncian muchas encuestadas son los intentos de infantilización y de subordinación de la mujer.
Se echa en falta también un sentido crítico en la Iglesia frente a la ideología machista. “Se nos pide paciencia para cambiar situaciones de desigualdad y se encamina el tema hacia la espiritualidad para evadir el debate de un contexto patriarcal y excluyente”, protesta una religiosa.“Se confunde el feminismo con actitudes peligrosas”, añade otra encuestada.
Entre las críticas que apuntan a situaciones concretas con obispos, una religiosa cuenta que su comunidad fue “invitada” por el ordinario a abandonar “una obra educativa para entregársela a la diócesis”, pidiendo a las religiosas que se dedicaran estrictamente “a lo social”. “Cuando trabajaba en el Servicio Religioso de un hospital público –relata otra–, el obispo quiso echarme por ser mujer. No lo hizo porque no encontró sacerdote que quisiera trabajar ahí”.
Otra encuestada denuncia “proposiciones en las reuniones coloquiales”. Y algunos comentarios aluden de una u otra forma a la dificultad que tienen muchos curas en el trato con mujeres. “El sacerdote se sentía intimidado en mi presencia y continuamente trataba de humillarme”, afirma una encuestada.
Causas y soluciones
Entre las causas del machismo en la Iglesia, la más señalada (3,85 sobre 5) es el “clericalismo”, seguida del “machismo en el entorno social” (3,58), “la inercia, el siempre se ha hecho así” (3,54) y, en último lugar, “el machismo de las propias religiosas o mujeres de Iglesia” (3,02).
Para avanzar hacia una mayor igualdad, el reto principal es una educación que fomente una mentalidad más inclusiva dentro de la Iglesia (4,29), seguida de “mayor presencia de mujeres en puestos de responsabilidad institucional” (4,24) y “dejar de vincular los ministerios de gobierno al sacerdocio (el sacerdote no tiene por qué ser el “jefe” de la parroquia”), que recibe una valoración de 3,97 sobre 5. La opción menos elegida es “abrir el sacerdocio a la mujer” (3,3).
Quedan, de este modo, a la misma altura el acceso de mujeres a ámbitos de decisión, con la percepción de que es necesario cambiar la propia concepción y modos de ejercer el poder, desde claves más igualitarias y sin el automatismo actual que hace del sacramento del Orden un requisito previo e indispensable para las responsabilidades que implican toma de decisiones en la Iglesia. Diversos estudios feministas o centrados en minorías han demostrado que no es suficiente el acceso al poder de un colectivo excluido. En la presentación del estudio se aludió al fenómeno de la “mujer símbolo” y al “síndrome de la abeja reina”, según el cual, en determinadas circunstancias, las mujeres en ámbitos de poder tradicionalmente muy masculinizados tienden a asimilarse a los varones, y terminan tratando peor a las subordinadas que a los subordinados. Varias investigaciones han puesto de relieve la necesidad de una masa crítica de mujeres, de modo que el empoderamiento lleve aparejado un discurso crítico que desmonte la ideología patriarcal que impregna la cultura de las organizaciones e impone un determinado modo de ejercer la autoridad. Sin esa dimensión política, el empoderamiento sin más produce resultados como los que mostró en 2013 el celebrado experimento del psicólogo norteamericano Paul Piff con 200 personas, desconocidas entre sí, jugando al Monopoly por parejas. A una persona por pareja se le permitió tirar dos veces el dado en cada turno y cobrar el doble al pasar por casa. A medida que estas personas privilegiadas se iban enriqueciendo, mostraban menos empatía y más agresividad hacia sus contrincantes. Y a los 15 minutos de terminar la partida, al preguntárseles por las claves de su éxito, todas ellas, sin excepción, aludieron al acierto de sus estrategias personales, obviando las ventajas de que habían disfrutado; esto es, prescindiendo de la dimensión estructural, que era la que, en realidad, mejor explicaba los resultados.
Traducido el debate anterior a términos eclesiales, existe una amplia concordancia entre la causa de la sinodalidad (mayor participación) y la igualdad de género, según destacó la general, María Inés García.
Inma Eibe resaltó que, en los últimos años, se han dado “pasos importantes” contra la discriminación de la mujer. Importantes pero “insuficientes”. Hoy en la Iglesia “la desigualdad es una realidad objetiva que no debemos temer pronunciar, y que como toda desigualdad provoca mucho abuso de poder y mucho sufrimiento en muchas personas”.
Desde la visión de la Iglesia latinoamericana, Birgit Weiler considera que la igualdad de la mujer ha cobrado “una fuerza como no la habíamos tenido nunca”. Si bien el proceso va a ser largo y costoso, “cada vez más personas jóvenes mujeres y también hombres, con mayor acceso a una educación que les ayuda a reflexionar críticamente, no están dispuestos a aceptar más relaciones de dominio jerarquizadas, clericalizadas… ¿De qué Dios nos hablan si Dios prefiere al varón y solo quiere ser representado por el varón?, se preguntan. En este Dios no quieren creer. El cardenal Hollerich [presidente de la COMECE, la Comisión de Episcopados de la Comunidad Europea] me dijo que experimenta algo muy similar con jóvenes [que le dicen]: ‘En este Dios no podemos creer. O cambia algo, o vamos a buscar otros caminos para vivir nuestra fe´”.
Desde todas esas claves se explica la aprobación generalizada, pero no entusiasta, hacia los avances hacia la igualdad en el pontificado de Francisco. El 54,2% de las Vedruna los considera satisfactorios o plenamente satisfactorios, frente al 13,2% que cree que son insuficientes o muy insuficientes. El resto se mantiene en una posición de prudente espera.
Ficha técnica
Respondieron a la encuesta 272 respuestas recibidas, de las que la mayoría (219) son religiosas de la Congregación Vedruna. La mayor parte de los análisis estadísticos se han centrado exclusivamente en ellas. Cuando se ofrecen resultados agregados, la base de datos se ha ponderado de modo que la distribución de hermanas entre provincias-delegación (África, América, Europa, India, Filipinas y Japón) coincida con la existente en la Congregación.
Sïntesis del estudio:
Encuesta La mujer en la Iglesia (presentación)