Este miércoles por la noche, leía la noticia de los cuerpos que estaban llegando muertos a las playas de Almería. Una vez más, cuerpos muertos que llegan. Son vidas, son parte de este nosotros que es la humanidad. Quiero tener presentes a cada una de estas personas antes de seguir escribiendo. Lo tenemos bien difícil este sueño de hacer un “nosotros cada vez más grande” si sólo dejamos pasar a los cuerpos muertos.
Tengo la suerte, desde hace poco menos de un año, de compartir la vida cotidiana con “cuerpos vivos”, con chicos de Mali, Senegal, Guinea Conakry, Costa de Marfil, Camerún, Gambia, chicos llenos de vida y sueños. Nada del otro mundo, nada extraordinario, sólo formar comunidad, compartir casa, mesa, risas y dificultades de cada cual en su día a día, nada más, nada menos. Cuando Justi y yo, Carmelitas de la Caridad Vedruna, soñamos y comenzamos esta comunidad en plena pandemia, teníamos muy claro el horizonte: vivir nuestro seguimiento de Jesús en comunidad, como hermanas/os, creando, ensanchando el espacio de nuestra tienda, de nuestra familia. El Papa Francisco en su mensaje para la 107aJornada mundial del migrante y refugiado, basándose en la Fratelli tutti, lo formula con sus palabras como “un nosotros [https://www.vatican.va/content/francesco/es/messages/migration/documents/papa-francesco_20210503_world-migrants-day-2021.html]. Sentir que somos tantas personas a tener este horizonte común me alienta.
Esta comunidad que formamos ahora, Justi, Ester y yo, con los chicos que vienen a formar parte de nuestra familia durante varias semanas o meses, la siento como una oportunidad de hacer vida la Palabra, en toda sencillez. Me llegaba escuchar cómo recuerda el Papa que crear este “nosotros” encuentra fundamento en la bendición de Dios que recibimos en el Génesis (Gn 1) y tiene como horizonte la esperanza de una humanidad unida en el Apocalipsis (Ap 21). Y escribe: “La historia de la salvación ve, por tanto, un nosotrosal inicio y un nosotrosal final, y en el centro, el misterio de Cristo, muerto y resucitado para «que todos sean uno» (Jn17,21)”. Una vez más la Palabra, siempre actual, nos da luz para vivir.
Nosotros, ellos, y nosotras tres, sencillamente acogemos al que llega por primera vez a casa, le ofrecemos lo que tenemos, “calor y cariño”, dicen quienes nos conocen. Así, el que era “otro”, llega a formar parte de este “nosotros”. Parece que sólo comemos arroz con salsa de tomate, que cada uno hace su vida durante el día entre formación y trabajo, que les dejamos las llaves y se espabilan solos… pero algo pasa que cuando algún chico sigue su camino en otro sitio, nos regala siempre algunas palabras. Mohamed dijo: “aquí, he encontrado una familia, me siento como con la que dejé en mi país, no había sentido eso desde hace muchos años”; Abdou subrayó: “yo, aquí, he vuelto a encontrar la alegría… pensaba haberla perdido para siempre…pero en esta casa, que es casa de Dios, la alegría ha vuelto”; Ahmed sólo podía pronunciar la palabra “gracias”, con una luz en los ojos que no tenía hace 4 meses… y no puedo no nombrar a Ibrahim que ha visto su cuerpo crecer de repente en estos 5 meses, ni olvidar a Adam que pintó un cartel que tenemos delante de la casa y pone “Ande Dem”, es decir, “caminamos todos juntos”, explicándonos que es lo que vivimos en esta casa Vedruna. ¿Será algo así crear un “nosotros”?
Este verano, alentados por este cartel, anduvimos juntos 223 kms hasta Santiago de Compostela, 14 peregrinos de la vida, fuimos haciendo un camino que a nuestros hermanos les recordaba en muchos momentos otro camino vivido, lleno de violencia y recuerdos que tienen grabados dentro… hizo bien ver que es posible caminar juntos, sanar nuestras ampollas y cuidarnos para llegar todos a este objetivo común. No fue fácil… somos tan distintos… pero fue posible, con muchos kilómetros de diálogos, cantos y silencios compartidos. Destaco un ratito que me llegó especialmente. Comenzábamos el día rezando juntos, en círculo. Ibrahim empezaba con una oración del Corán, Fabrice seguía con una bendición de la Biblia, todos unidos por un Dios misericordioso que nos fue acompañando y guiando en el Camino. Al leer el mensaje del Papa, me preguntaba si sería algo así lo de que “Su Espíritu nos hace capaces de abrazar a todos para crear comunión en la diversidad, armonizando las diferencias sin nunca imponer una uniformidad que despersonaliza”.
Esta aventura compartida y todos estos pequeños gestos de la vida cotidiana me animan a mantener vivo este gran deseo. El Papa dice que este nosotros nos hace crecer, nos enriquece… Si pienso en mi, lo tengo claro por cómo me descolocan cada día y me han ido ensanchando el corazón… si pienso en tantas personas que suman a nuestra comunidad a su manera, echando una mano, regalándonos cacahuetes o pollo, aportando un poco de dinero, compartiendo la mesa con nosotros, me llega que siempre son ellas quienes, con toda sinceridad, nos dan las “gracias”.
Son detalles pequeños de la vida cotidiana, y tengo la firme convicción de que a este nivel nos lo jugamos todo… como dice el Papa, el “bien que hacemos al mundo, lo hacemos a las generaciones presentes y futuras”. En esto siento que este proyecto, y más ampliamente este horizonte, es regalo y responsabilidad.
Como dicen nuestros hermanos senegaleses: ¡Ande Dem! Caminemos juntas hacia este “nosotros cada vez más grande”… somos muchas personas quienes, en lo más pequeño, estamos ya haciéndolo realidad, de forma imperfecta, es cierto, pero haciéndolo realidad. Este nosotros no es un sueño, es posible, en lo más pequeño.