Declarada venerable por Pablo VI, la sucesora de santa Joaquina es conocida por haber expandido la congregación Vedruna fuera de Catalunya. Luchadora y defensora de la mujer y de los más desfavorecidos, tiene un “algo” capaz de arrastrar y una gran capacidad de convocatoria.
Tengo la suerte y la oportunidad de impartir clase de Historia de la Filosofía en 2º de Bachiller. Cuando hace unos días les invité a mis chicos/as a nombrar algo que habían aprendido para la vida de la mano de Platón, san Agustín, Kant, Marx, Ortega… un sinfín de manos se levantaron e, intuyendo mi sonrisa a través de la mascarilla, recordaron su desconfianza y sus miedos iniciales.
Y.P. nos dijo: “Me has hecho pararme y pensar, profundizar en lo que vivo y siento, ser más consciente de lo que digo y hago y, sobre todo, me has hecho caer en la cuenta de que “mi debilidad, es mi fuerza”, “ahora creo más en la fuerza de la debilidad y que es posible sacar vida de la muerte”. Menos mal que sus palabras fueron de las últimas porque se expresó tan desde dentro y con tal rotundidad, que se hizo el silencio en clase.
Estas palabras de Y.P., que todos sabíamos de dónde nacían, me llevan a presentaros a Paula Delpuig. Enclenque, de baja estatura y poco color; pero la trayectoria de su vida nos habla de una naturaleza excepcionalmente resistente, un extraordinario dinamismo y gran vitalidad. Nada podría hacerle sospechar a Paula que en sus manos quedaría el gobierno de la familia Vedruna, creada por Joaquina, cuando ella muere en el año 1854. Unos años antes, había escuchado su nombre, había sido invitada a formar parte de la familia Vedruna como hermana y “aprobada como apta” para serlo. Ella expresó su deseo pero, también, su personal incapaz: sin cualidades y sin formación.
Pero, poco a poco, siendo consciente de sus heridas, de sus momentos de oscuridad supo descubrir lo que de vida, ventaja u oportunidad había también en ellos. Una vida de incipiente trabajo responsable, iluminada por una temprana vocación, los aprendizajes que da la mirada atenta a la realidad, la escucha de Dios, la reflexión intuitiva y el dolor vivido y sanado fueron la verdadera sabiduría de Paula.
La vida le fue “graduando”. Sabe mandar y pedir, bendecir y corregir; sabe escuchar y dar mensajes de superación; sabe llegar al más pequeño y al “más alto cargo”.
Su escuela había sido ser la mayor de diez hermanos. Tiene un “algo” capaz de arrastrar y una gran capacidad de convocatoria, que ya experimentaron su cuadrilla de amigas. Audaz, lúcida, prudente y con intuición feminista; incansable buscadora de Dios y de los más empobrecidos de su tiempo. Apasionada por levantar a las personas “derribadas”. No en vano, ella emigrante, sabía lo que es el desarraigo de su entorno y el tratar de dar pasos hacia el futuro, aprendiendo a ganarse su pan y tratando de abrirse una puerta. Paula tiene la capacidad de leer en cada acontecimiento el mensaje que Dios, al que ella llama Padre y Madre, le transmite.
El grupo que formaba la familia Vedruna, unido al tacto y voluntad de esta mujer, mereció el reconocimiento de la sociedad y la palabra de valoración de la propia Iglesia. Porque esta mujer que podía haberse tatuado “mi debilidad, es mi fuerza”, consiguió la legitimación civil y canónica de la Congregación, logró que el grupo se expandiera abierta y progresivamente por todos los lugares, creciendo en una misión plural y siempre dispuesto a dar respuesta a situaciones de emergencia.
Pastoral Juvenil Vedruna