Este 8 de mayo se celebra la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, que en España lleva por lema “Deja tu huella, sé testigo”. Religiosas y laicas/laicos de diferentes generaciones cuentan qué les sedujo del Carisma Vedruna, cómo entienden hoy su misión y qué huella se sienten llamadas a dejar en el mundo.
Inma Eibe (48) tenía 15 años cuando se decidió a hacer un voluntariado en una residencia de personas mayores cercana a su casa, en San Fernando de Cádiz. “En aquel lugar encontré a unas religiosas que cuidaban y acompañaban de modo muy cercano y familiar a esas personas mayores”, cuenta. “Desde el primer instante me impactó el modo en el que lo hacían. ¡Se percibía verdadero amor!”. “Me impactó el modo en el que las hermanas estaban entre las mayores y cómo les servían con todo el cariño”, acompañándolas como a personas “parte de su familia”, “haciendo familia” con ellas. Le impresionaron particularmente “la alegría y la familiaridad” que se respiraban “en medio de una realidad en la que la enfermedad y la muerte estaban tan presentes”. Aquel voluntariado “marcó mi vida y fue esencial para mi vocación como enfermera “ y como religiosa, confiesa. Simplemente, “me sentí como en casa desde el primer instante”.
Rita Aragón (24) está en segundo año de Noviciado y vive en la Casa de Formación Vedruna de Villaverde Alto (Madrid). Es de Castuera (Badajoz). También a ella le sedujeron el ambiente de familia y la alegría en la entrega a los demás que encontró en la congregación, el “sabernos familia”, propiciando “que cada una/o encuentre su espacio seguro donde ser ella/él mismo y así poder crecer, ser hogar”. Le impactó esa “forma de estar en el mundo”, que acoge “sin condiciones a cualquier persona” y tiene “una mirada de amor sobre la realidad”, sin por ello despegar los “pies del suelo”. Aprendió así a valorar “la alegría como principal virtud” Vedruna, estando “siempre cerca de las personas que más lo necesitan”, desde “la prioridad por la mujer y los más pequeños”, viviendo en todas estas situaciones “un carisma que educa, sana y libera”. “Y esto –asegura– lo pude y lo puedo ver gracias a mujeres testigos que dan su vida por vivir este carisma para los demás, regalándolo en la cotidiano de cada día”.
Pasan las generaciones, pero los rasgos principales del carisma se mantienen. Mª Narcisa Fiol (77) descubrió al llegar al colegio mayor Vedruna como estudiante universitaria un “talante cercano, familiar, alegre…”. Las hermanas “eran excelentes profesoras, buenísimas compañeras con quienes podía jugar, hablar de cualquier tema, ir a lugares de misión donde conocí y amé a los pobres”. Tras un proceso de discernimiento, Sisita Fiol entró en la congregación, donde la contemplación de “un campo de misión amplio (educación, sanación, liberación) me lanzó a la elección”.
Al hacer un rápido repaso de su “itinerario amplio”, le vienen recuerdos de “muchos lugares de todos los continentes”. “Todas las culturas las he amado, me han enriquecido y han ido ensanchando la propia”, dice esta mallorquina hija de navarro y única chica frente a cuatro hermanos varones. Este cúmulo de esas experiencias vitales, dice al hacer repaso de su vida, “me ha regalado un corazón universal. Y, como Vedruna mi corazón sigue ardiendo con ‘un amor y más amor que nunca dice basta’», afirma.
El carisma Vedruna, desde la perspectiva del laicado
Familia, alegría, entrega a los más necesitados… Las mismas notas se van repitiendo en todas las religiosas consultadas. ¿Y entre el laicado?
Un joven matrimonio y una estudiante que reside en el Colegio Mayor Vedruna de Madrid responden al mismo cuestionario. Sus percepciones aportan nuevos matices, destacando, por un lado, la pertenencia a la Familia Vedruna como motivo de crecimiento personal, una familia en la que se recibe acompañamiento, y una familia también desde la que lanzarse a participar en la misión y entregarse a los demás.
Lucía Cabiedas, subdirectora del Colegio Mayor, conoció el carisma Vedruna como estudiante universitaria. En ese tiempo conoció a su actual marido, Pedro, antiguo alumno Vedruna del colegio de Toledo, que desde entonces sigue activamente vinculado a la congregación y ahora es agente de pastoral en el Centro de Pastoral Juvenil Vocacional de Madrid. “Nos atrajo sobre todo la acogida, la libertad y el apoyo para iniciar proyectos, la apertura y la confianza en los jóvenes para sacar adelante tareas y proyectos”, junto a “la personalización, la sensación de sentirnos acompañados en cada etapa”, contestan ambos. Hoy se ven como parte de “una misión compartida con otros miembros de la familia Vedruna”. “Comprendemos nuestra vida como un espacio de crecimiento personal (pertenecemos a una comunidad de jóvenes-adultos Vedruna) y de servicio a otros jóvenes en el ámbito pastoral”, añaden. “Desde ahí podemos ofrecer nuestras experiencias vitales, nuestro testimonio de vida y de fe. Entendemos nuestro matrimonio como familia Vedruna donde cuidar las relaciones, el amor, el trabajar por y con otros… Agradecemos además la generosidad de poder compartir tareas y misiones con las Hermanas y con otros laicos, jóvenes…”.
Entre esos jóvenes está Laura Gutiérrez García-Pardo, estudiante de tercer curso de Educación Infantil en la Complutense y residente en el Colegio Mayor, adonde llegó procedente de Herrera del Duque (Badajoz). También ella se considera parte activa de la misión Vedruna, desde “una vocación de entrega y servicio a los demás, dando siempre lo máximo de mí”, al tiempo que forma parte de una comunidad en la que se le facilita poder “crecer en todo momento”.
A sus 29 años, Lucía y Pedro entienden hoy su vocación como “un testimonio de amor”. “Lo que nos gustaría es ser reflejo o extensión de lo que hemos recibido del carisma Vedruna de ‘amor y más amor`, de servicio, confianza, apertura y alegría”, explican, en términos no muy distantes a los que escoge Laura, que se siente llamada a dejar “una huella de servicio y entrega hacia los demás y siendo siempre buena persona”.
Mejorar el mundo anunciando a Dios
“Pasar por la vida haciendo el bien y acompañando como Jesús, anunciando con pasión que el mundo es de todos, somos hermanos y no podemos cansarnos en el empeño de hacerlo más humano y justo, donde todos podamos sentarnos alrededor de la misma mesa”, responde Sisita Fiol a la misma pregunta: “Me gusta cantar: ‘No hay fronteras cuando el Reino está en juego’ . “Como testigo del Resucitado, desde una identidad Vedruna que integra todo mi ser y me lanza a la entrega incondicional para amar y acompañar a quienes encuentro por el camino”, y siempre “desde la fuerza de la comunidad, con quien comparto Vida y Fe, alegrías y dificultades”, otra huella que a Sisita le gustaría dejar es la de “una mujer consagrada profundamente feliz” que vivió siempre “con ‘mis puertas’ y las de casa bien abiertas”.
“Me encantaría que mi huella se uniera a la de tantas personas que buscan que el amor tenga la última palabra. Me encantaría dejar una huella de bondad y de amor. Pienso que de ahí se derivarían todos esos otros deseos que tenemos: justicia, igualdad, solidaridad, paz…”, es la respuesta de Inma Eibe. Cerca ya de celebrar los 30 años como religiosa dentro de la Familia Vedruna, sigue comprendiendo su vocación “como al inicio, aunque estas palabras cada vez se cargan de nuevo y mayor sentido: es el modo en el que me siento llamada a seguir a Jesús, quien deseo sea el centro, el Señor de mi vida. Y esto se concreta en un estilo de vida desde el Carisma Vedruna, donde se hacen presentes esos rasgos que comentaba (amor, alegría y familiaridad) y otros que Joaquina nos dejó como herencia”. “Me sé parte de una Familia amplia, invitada a caminar junto a otras/os, laicas/os y hermanas de todos los continentes donde la Familia está presente, unidas en el deseo de seguir haciendo vida lo que Joaquina deseaba: abrazar las necesidades de todos los pueblos. Todo para gloria de Dios y bien del prójimo”.
En el discurso de la novicia Rita Aragón, una vez más, cambian las palabras, pero el mensaje es esencialmente el mismo. “Me siento llamada a que en lo posible sea este mundo un poco mejor”, responde. “A ayudar a los que más lo necesitan, a denunciar las injusticias y compartir las alegrías. A Anunciar a Dios, acercando a Jesús a todas las personas. A escuchar y acompañar. Favorecer el crecimiento integral de todas las personas con las que comparto. A estar siempre junto a los más jóvenes, acompañando y alentando, favoreciendo el poder ir descubriendo a Dios en sus vidas. A ir vinculándome a otras y otros e ir haciendo cada vez Familia más ampliada. A cultivar una mirada que transmita paz y acogida. A vivir lo más plenamente y construir un mundo más igual para todos junto a otras personas”.
Ser Vedruna, a su juicio, es “una forma concreta de estar en el mundo, la forma concreta desde la que elijo estar en él”. Esto significa “vivir el carisma recreándolo de manera creativa, respondiendo a la llamada que siento que Jesús me hace a seguirle desde la Vida Consagrada, y, con el acento especial Vedruna; estando disponible y acompañando a las personas que más lo necesitan, implicándome”. En particular, permaneciendo “junto a los jóvenes”, con la actitud de “tener grandes deseos de encontrar a Dios en la vido”, viendo el carisma siempre “desde el saberme amada por Dios, que es el motor”. Un amor que “es para regalarlo a los demás de igual manera que a mí se me regala”. Con la “alegría como principal virtud”, el reto es “poder sanar, educar y liberar en todo lo que hago, con las personas que estoy, en los detalles más cotidianos y en los más importantes. Anunciar a Dios, acercar a Jesús a otros. En definitiva, ser VEDRUNA, en mayúsculas”.