Tras la jubilación, continuaron al pie del cañón a través de diversas obras de voluntariado. La pandemia les ha vuelto a obligar a reinventar su misión. Lo están haciendo a partir del “paradigma de la vulnerabilidad”.
Trabajaron en escuelas, hospitales, proyectos sociales… Se jubilaron, y continúan al pie del cañón a través de diversas obras de voluntariado.
76 hermanas de la Provincia Vedruna Europa conforman la Red de voluntarias, que este 15 de enero ha celebrado un encuentro. Ha sido una ocasión para poner en común experiencias hasta ahora inéditas, explica la coordinadora del grupo, Manuela Martínez. “La pandemia nos ha obligado a prácticamente todas a reinventarnos. La que iba a la cárcel se ha pasado al Teléfono de la Esperanza. Las que estaban en Cáritas se pusieron a fabricar mascarillas…”.
La propia Manuela Martínez, antigua profesora en una escuela pública, recibió en marzo pasado aviso de que no podía volver a su trabajo en el equipo de pastoral de un colegio de San Fernando (Cádiz) y en la comunidad rural en la que colabora. Otra hermana en la misma situación y ella decidieron trasladarse a la residencia de mayores que tiene la congregación en Puerto Real. “También ahí habían dejado de ir los voluntarios, y hacían falta manos”, cuenta. “Han sido meses muy duros para los mayores: 10 meses sin salir”. La residencia no ha tenido un solo contagio, pero para conseguirlo “nos ha tocado extremar las cautelas”, con las visitas a los residentes sometidas a fuertes medidas de seguridad impuestas a los familiares.
La religiosa Vedruna lleva a cabo talleres de lectura (“vamos ya por el cuarto libro, “El tiempo entre costuras”) y actividades de lo más variopinto (en la imagen, de pie, Manuela Martínez durante una actividad).
“Eso es lo que toca ahora”, dice, resaltando que su caso, en absoluto, es una excepción.
“Ha sido hacer lo mismo, pero de distinta manera. Y con interrogantes muy grandes que se nos abrían a todas. Dejándonos afectar por la situación, colaborando en lo que podíamos, a veces con la impotencia de no poder salir de casa, pero sabiendo que la Luz está; activas siempre desde la oración y en la vida de fe, sin perder la esperanza ante lo que estaba ocurriendo”.
“Más que nunca”, las hermanas voluntarias valoran ahora la importancia de “trabajar en redes”. “Antes, cada una hacíamos lo que podíamos, por nuestra cuenta. Ahora, el objetivo es que no andemos solas por la vida, sino formando redes entre nosotras y con otros. Siendo una más en cada proyecto al que acudimos a colaborar”, la mayoría ajenos a la Congregación. “Estamos llamadas a ser [como dice nuestra reflexión capitular] Casa de puertas abiertas, enganchándonas a la misión, a la tarea que ya hay, sin buscar ningún protagonismo”.
Providencialmente, además, desde 2019, la Red de Voluntarias lleva a cabo una reflexión sobre una concepción de los derechos humanos, inspirada en el jesuita José Laguna, que frente al paradigma de corte liberal de la autosuficiente pone el acento en “la fragilidad, la vulnerabilidad, la dependencia, el cuidado… Desde ahí es como queremos situarnos en nuestras tareas de voluntariado y defender los derechos humanos en la cotidianeidad”, afirma Manuela Martínez.